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Muy lejos de Kensington,<br />
de Muriel Spark<br />
acerca de confundir “su editorial con<br />
su biblioteca”, Fernando Fagnani tuvo<br />
el tino de recordarme un estereotipo<br />
de editor distinto al confundido. Es el<br />
edecán de su infalibilidad, dueño de un<br />
olfato y unas intuiciones únicas, a quien<br />
debemos estar agradecidos. Agente<br />
de una apropiación de la cultura tanto<br />
por el olfato como por la prepotencia<br />
empresarial, señorón capaz de veranear<br />
con las pruebas de página del “próximo<br />
hit” de su editorial como almohada, no<br />
lee otra cosa que lo que publicó o va a<br />
publicar.<br />
Hay quienes, como en la vida personal,<br />
nos traen libros diciendo “esto es muy<br />
del gusto de La Bestia”. Lo cierto es<br />
que el apetito de La Bestia es difícil<br />
de saciar; el paladar de soprano spinto,<br />
como corresponde a tan sagrado saurio<br />
omnívoro (cubierto para disimular con<br />
pelaje de camello bactriano, con protuberancia<br />
córnea labrada por silogismos<br />
equidistantes), nada fácil de complacer;<br />
la predilección por las maltas legítimas y<br />
por mezclas de sabor elusivo, indetectable,<br />
tampoco un secreto.<br />
El gusto es, como gustan hoy de decir<br />
de cualquier cosa, “una construcción”.<br />
Y, con la práctica asidua de la lectura, se<br />
ensancha, se ahonda hasta alcanzar el<br />
abismo aledaño. Probamos tantos escritores<br />
que nos gustaron (y que al final<br />
dejamos sin publicar) ¿Por qué no nombrarlos?<br />
Molly Keane, Isabel Colgate,<br />
Shirley Jackson, Natalie Sarraute,<br />
Marguerite Duras, Agnès Desharte,<br />
Hilda Hilst, Jean Vautrin, Roger Vailland,<br />
Todd McEwen, Edmund Crispin,<br />
Stephen Haggard, Todd McEwen,<br />
Vassilis Alexakis. A menudo el rechazo<br />
tiene poco que ver con “el gusto”. No<br />
somos frívolos, no somos snobs y no<br />
somos exquisitos. (Alguien dirá mientras<br />
bosteza: “si lo niegan con tanta furia,<br />
algo de cierto habrá en la imputación”.)<br />
Tiene que ver con el grado de legibilidad<br />
y de recepción que, juzgamos, el<br />
libro debe reunir en un –atrevámonos<br />
ahora a usarla– “mercado” que, como<br />
dije antes, ha sido manipulado por el<br />
marketing, las mentiras y falsas promesas<br />
de un mundo editorial ajeno (y hasta<br />
adverso). El gusto dominante, a su vez,<br />
convierte en lecturas recomendadas las<br />
“invenciones del recuerdo”, para citar a<br />
Silvina Ocampo. No deberíamos atentar<br />
contra nuestro propio negocio ni exagerar<br />
la nota, pero a veces la credulidad<br />
en los paratextos y la indulgencia en beneficio<br />
de las estrategias de marketing<br />
Cuna de gato,<br />
de Kurt Vonnegut<br />
conducen a lo peor. Es difícil definir<br />
lo peor como “la pérdida del gusto”, ya<br />
que nadie está en condiciones de definir<br />
“gusto”. No soy tan ignorante como<br />
para decir que lo peor es la ignorancia.<br />
A menudo lo peor es advertir la estafa<br />
y el engaño, con su pulsión de muerte<br />
y epidemia, y nada hacer. Con la contratapa<br />
y las solapas adecuadas, Marie<br />
Corelli pasaría hoy por una estilista.<br />
Tampoco hay que omitir que grandes<br />
escritores estuvieron muchas veces a<br />
merced de prejuicios imperantes; sin<br />
duda el valor que Wilde le otorgaba a<br />
Huysmans era excesivo, pero también<br />
Que el mundo me conozca,<br />
de Alfred Hayes<br />
lo era la repugnancia que le provocaba<br />
a Henry James. Doy por cierto que –y<br />
acaso sea otro servicio que debemos a<br />
“la cultura de la imagen”– que muchos<br />
escritores parecen ya personajes de<br />
ficción (y serían más interesantes como<br />
tales). Por ejemplo, esa dulce escritora<br />
idéntica a Amélie, que escribe con la<br />
inanidad pertinente.<br />
Y si no hubieran funcionado las recetas<br />
del énfasis y la exageración, después,<br />
claro, vienen las justificaciones que<br />
garantizarán “el producto”. Cito a un<br />
poeta mexicano: “más tarde, los filósofos<br />
deciden que el fanatismo aquel sacó a la<br />
luz virtualidades implícitas en conceptos<br />
sometidos a una elaboración creadora, y<br />
ya tenemos más cultura”.<br />
Pero creo que he levantado mucho la<br />
voz. La Bestia no quiere iniciar una<br />
campaña de destrucción de los mitos de<br />
la cultura de la clase media. Nos conformamos<br />
con menos, con muchísimo<br />
menos: con divulgar especies raras, en<br />
aparente extinción<br />
La muerte de la polilla,<br />
de Virginia Wolf<br />
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