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Revista Quid 46

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Muy lejos de Kensington,<br />

de Muriel Spark<br />

acerca de confundir “su editorial con<br />

su biblioteca”, Fernando Fagnani tuvo<br />

el tino de recordarme un estereotipo<br />

de editor distinto al confundido. Es el<br />

edecán de su infalibilidad, dueño de un<br />

olfato y unas intuiciones únicas, a quien<br />

debemos estar agradecidos. Agente<br />

de una apropiación de la cultura tanto<br />

por el olfato como por la prepotencia<br />

empresarial, señorón capaz de veranear<br />

con las pruebas de página del “próximo<br />

hit” de su editorial como almohada, no<br />

lee otra cosa que lo que publicó o va a<br />

publicar.<br />

Hay quienes, como en la vida personal,<br />

nos traen libros diciendo “esto es muy<br />

del gusto de La Bestia”. Lo cierto es<br />

que el apetito de La Bestia es difícil<br />

de saciar; el paladar de soprano spinto,<br />

como corresponde a tan sagrado saurio<br />

omnívoro (cubierto para disimular con<br />

pelaje de camello bactriano, con protuberancia<br />

córnea labrada por silogismos<br />

equidistantes), nada fácil de complacer;<br />

la predilección por las maltas legítimas y<br />

por mezclas de sabor elusivo, indetectable,<br />

tampoco un secreto.<br />

El gusto es, como gustan hoy de decir<br />

de cualquier cosa, “una construcción”.<br />

Y, con la práctica asidua de la lectura, se<br />

ensancha, se ahonda hasta alcanzar el<br />

abismo aledaño. Probamos tantos escritores<br />

que nos gustaron (y que al final<br />

dejamos sin publicar) ¿Por qué no nombrarlos?<br />

Molly Keane, Isabel Colgate,<br />

Shirley Jackson, Natalie Sarraute,<br />

Marguerite Duras, Agnès Desharte,<br />

Hilda Hilst, Jean Vautrin, Roger Vailland,<br />

Todd McEwen, Edmund Crispin,<br />

Stephen Haggard, Todd McEwen,<br />

Vassilis Alexakis. A menudo el rechazo<br />

tiene poco que ver con “el gusto”. No<br />

somos frívolos, no somos snobs y no<br />

somos exquisitos. (Alguien dirá mientras<br />

bosteza: “si lo niegan con tanta furia,<br />

algo de cierto habrá en la imputación”.)<br />

Tiene que ver con el grado de legibilidad<br />

y de recepción que, juzgamos, el<br />

libro debe reunir en un –atrevámonos<br />

ahora a usarla– “mercado” que, como<br />

dije antes, ha sido manipulado por el<br />

marketing, las mentiras y falsas promesas<br />

de un mundo editorial ajeno (y hasta<br />

adverso). El gusto dominante, a su vez,<br />

convierte en lecturas recomendadas las<br />

“invenciones del recuerdo”, para citar a<br />

Silvina Ocampo. No deberíamos atentar<br />

contra nuestro propio negocio ni exagerar<br />

la nota, pero a veces la credulidad<br />

en los paratextos y la indulgencia en beneficio<br />

de las estrategias de marketing<br />

Cuna de gato,<br />

de Kurt Vonnegut<br />

conducen a lo peor. Es difícil definir<br />

lo peor como “la pérdida del gusto”, ya<br />

que nadie está en condiciones de definir<br />

“gusto”. No soy tan ignorante como<br />

para decir que lo peor es la ignorancia.<br />

A menudo lo peor es advertir la estafa<br />

y el engaño, con su pulsión de muerte<br />

y epidemia, y nada hacer. Con la contratapa<br />

y las solapas adecuadas, Marie<br />

Corelli pasaría hoy por una estilista.<br />

Tampoco hay que omitir que grandes<br />

escritores estuvieron muchas veces a<br />

merced de prejuicios imperantes; sin<br />

duda el valor que Wilde le otorgaba a<br />

Huysmans era excesivo, pero también<br />

Que el mundo me conozca,<br />

de Alfred Hayes<br />

lo era la repugnancia que le provocaba<br />

a Henry James. Doy por cierto que –y<br />

acaso sea otro servicio que debemos a<br />

“la cultura de la imagen”– que muchos<br />

escritores parecen ya personajes de<br />

ficción (y serían más interesantes como<br />

tales). Por ejemplo, esa dulce escritora<br />

idéntica a Amélie, que escribe con la<br />

inanidad pertinente.<br />

Y si no hubieran funcionado las recetas<br />

del énfasis y la exageración, después,<br />

claro, vienen las justificaciones que<br />

garantizarán “el producto”. Cito a un<br />

poeta mexicano: “más tarde, los filósofos<br />

deciden que el fanatismo aquel sacó a la<br />

luz virtualidades implícitas en conceptos<br />

sometidos a una elaboración creadora, y<br />

ya tenemos más cultura”.<br />

Pero creo que he levantado mucho la<br />

voz. La Bestia no quiere iniciar una<br />

campaña de destrucción de los mitos de<br />

la cultura de la clase media. Nos conformamos<br />

con menos, con muchísimo<br />

menos: con divulgar especies raras, en<br />

aparente extinción<br />

La muerte de la polilla,<br />

de Virginia Wolf<br />

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