Revista Quid 46

tengo que tener confianza pero no demasiada.
Tengo que tener sentido de la
importancia de la cosa entre manos pero
no que esa importancia se traslade a mí.
–¿Necesita de la mirada del otro?
Todos la necesitamos.
–¿Le gusta escribir, disfruta el
proceso, lo siente como una obligación?
Acá hay una dicotomía que no es
tan real, porque una obligación no está
exenta de placer. Tiene su parte de trabajo,
su parte agradable, su parte desagradable
o no tan interesante, es como
todo en la vida. Esto es una tarea.
–Es verdad, la pregunta sería más
bien ¿qué cosas le gustan y cuáles
no? Cuando es un libro de viajes me
gusta mucho tomar notas, me da más
trabajo armar, por supuesto. Lo más
placentero es tomar notas, el armado
me da más trabajo y la corrección directamente
no la hago, no me gusta
nada. Las editoriales tienen excelentes
correctores.
–¿Y de usted, qué cosas le gustan o
le disgustan? ¡Qué pregunta! Depende,
igual cualquiera que va a escribir tiene
que aprender a aguantarse. Soy una
persona domesticada. Hay cosas bruscas
que aparecen que no me gustan, como
cuando viene alguien del Ejército de
Salvación o alguna encuesta y le contesto
con brusquedad y después pienso,
pobre, está trabajando. Pienso que soy
grosera y eso no me gusta. Pero es sólo
contra los del Ejército de Salvación, los
de las encuestas, con la gente, no.
–¿Se psicoanalizó? ¿Le ayudó en la
vida? Es difícil saber si a uno le hizo
bien o no, porque habría que controlar
con mi otro yo qué le hubiera pasado
si no lo hacía. Pero, sí, está bien, es un
service de la cabeza.
–¿Qué cosas siente como importantes
en su vida? Amigos. Hago asados
en el balcón, el encargado me hace
asados y la gente se pone muy contenta.
La comida que pone más contenta a la
gente en este país es el asado.
–¿Tiene amigos escritores? Era amiga
de Alicia Steinberg pero ella murió,
soy amiga de Irene Gruss, que es poeta,
ese ya es otro bando, el de los poetas.
Soy amiga de Eduardo Muslip, que
fue alumno mío y quedó como amigo.
Conozco a muchos escritores, pero los
amigos, más bien son variados.
–La educación ha ocupado un lugar
en su vida, ha sido maestra, profesora
de secundaria y terciaria,
sigue formando a escritores, y hay
muchas referencias en sus escritos
sobre ese mundo. ¿La educación es
la buena educación, es la instrucción…?
Es tan amplio… La buena
educación, como dice Chéjov, no tiene
que ver con si te portaste mal en la
mesa y derramaste un pocillo con algo,
la buena educación es no señalárselo a
otro que lo haya hecho.
–Hay en algunos de sus cuentos una
cierta desconfianza en la instrucción.
“Un ablativo en ‘e’ o en ‘i’ después
de veinte años no nos importa
ni a ti ni a mí”, dice un profesor
de Latín. También en Memorias de
un pigmeo, todo ese esfuerzo por
aprender, ¿para qué? Después viene
el olvido. Parecería que no queda
nada… No sé, puede quedar cierto
gusto por ciertas cosas, el deseo de investigar,
de buscar más sobre lo que se
vislumbró allí. Por otra parte, hay gente
muy educada naturalmente y nunca
fue instruida, por ejemplo, la gente del
norte, de Jujuy, se ve en el comportamiento,
en el lenguaje. También hay
gente culta y menos culta, pero la gente
educada puede ser de cualquier nivel
de instrucción. A mí no me interesa la
gente muy culta, incluso no pienso que
si una persona lee un libro mediocre o
Un día cualquiera, Alfaguara, 2013.
Veinte textos, entre crónicas y relatos, conforman el último libro publicado
por Hebe Uhart, que es también lo más reciente que escribió.
Como es habitual en su obra, la escritora logra aquí también encarnar
una mirada inocente y trasladarla al lenguaje. Así sus ojos graban el
mundo y lo muestran inaugurando un modo de decir que encanta al
lector haciendo suyos esos primeros recuerdos, ese asombro.
vulgar eso significa algo respecto a su
calidad de persona. La gente puede ser
de distinto nivel de instrucción.
–¿Cómo se introduce lo autobiográfico
en su literatura? ¿Le molesta
que la identifiquen con su narradora?
Lo autobiográfico son recuerdos,
algo que queda en el tiempo de una
forma que uno ya no sabe qué es. No se
sabe qué es lo real, así que eso, mucho
menos. No me molesta que vean cosas
autobiográficas, además lo que no quiero
que se sepa, no lo cuento.
–¿Siente que ha habido un cambio
en su escritura a través de los años?
Es un poco difícil para uno verlo. El
gran cambio fue que empecé a escribir
crónicas de viajes, siempre viajé mucho
pero no había escrito crónicas. Es
un género muy lindo, muy inmediato.
(Hebe Uhart publicó dos libros de
viajes: Viajera crónica y Visto y oído,
los dos por Adriana Hidalgo). Hay diferencias
entre uno y otro, en la crónica
se entra y sale con más libertad, en el
cuento está más acotado a los personajes,
y hay que trabajar los personajes.
–Acaba de aparecer su libro Un
día cualquiera. ¿Es lo último que
escribió? Sí, son relatos y crónicas, es
lo último que escribí, ahora no escribo
desde julio del año pasado, hace mucho,
no me importa. Cuando vuelva el ímpetu
volveré a escribir y en última instancia,
si no vuelve, viajaré a algún lado y
ahí vuelve.
–¿Le angustia no escribir? No, ya no.
De joven, sí, pensaba si volvería a escribir,
después te das cuenta que vuelve
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