La sirena varada: Año 1, Número 4

Puedo percibir la fuerza de mis latidos
a través de las cobijas. Las sábanas se
encuentran cubiertas por pequeñas
gotas, como si una nube gris se hubiera
colado a la habitación, pero no es
lluvia, son numerosos pozos salados
de sudor y lágrimas. Los hematomas
olvidados de mi abdomen ahora son
verdosos y mis costillas han dejado de
doler. El brazo amoroso de mi esposo
rodea mi cintura y no quisiera moverlo,
pero el cuerpo ya apesta y los trozos
de vidrio enterrados en su cráneo han
comenzado a ahogarse en la sangre fuliginosa
de la almohada. Hoy soy libre.
Celia M. Castro
¡No mires y continúa! Me digo. Nadie
parece interesado, sabe dios si alguien
le otorgue alguna mirada a eso.
En realidad sólo veo de reojo su bolsa
cuando bajo las escaleras. Tal vez sean
sus intestinos. Fragmentos de blanco
quirúrgico tengo como impresión. Ahí
está, entre el flujo de las urgencias, y
un déjà vu de una sala de emergencias.
Su voz suplica ayuda pero yo me apresuro
a abordar. Pude darle un peso y no
lo hice. Me arrojo dentro del vagón en
Hidalgo dirección Taxqueña. Cada vez
huele más a basura y sudor.
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Beatriz Rodríguez Moreno