60 EL APRENDÍZ Por Cosme
Cerró la puerta de su coche, aterrado. Con lágrimas en los ojos, buscó la llave temblando como una hoja. Siempre escogía casas clausuradas para encerrar a sus víctimas, donde él sabía que nadie entraría en meses, la cabeza le daba vueltas pensando que hizo mal, nunca había cometido un error así. Esa noche, unas pocas horas antes, llevó a su víctima en su coche deportivo, aún vivía, como le gustaba y se disponía a dejarla encadenada en la habitación más inaccesible de la casa. En eso consistía su deleite, en imaginar a la víctima sola, casi inmóvil incapaz de gritar por la mordaza, rodeada de alimañas y cada vez más débil hasta morir de inanición. Después pasaba semanas imaginando sus labios y ojos eran devorados, cómo se iba secando su piel y derramándose fluidos en el piso. Cómo se iba envejeciendo y llenando de polvo su ropa. Como se iban vaciando las cuencas de unos ojos aterrorizados que lo último que vieron durante su tiempo de agonía fue el recuerdo que les dejaba casi frente a la cara. Pero esta vez la casa no estaba sola. Más temprano, sacó la victima por la cajuela, con esfuerzo, pero, con pericia, la cargó en hombros y entró a la casa por una pequeña entrada lateral que conducía a una bodeguita conectada con la cocina. Un ronroneo lo hizo detenerse, tenía los sentidos muy ejercitados como para darse cuenta que había algo fuera de lugar. Puso a la víctima delicadamente sobre la mesa de la cocina y entró al pasillo principal para inspeccionar la casa en busca de lo que lo había perturbado. Lo primero que notó era que el pasillo que él pensaba llegaría al recibidor se bifurcaba, convirtiéndose en dos pasillos laterales de tal manera que los pasillos se interconectaban en el frente extendiéndose por las orillas interiores de la casa, dejando las habitaciones en el centro, alejadas de las paredes exteriores. Nunca había visto ese diseño, pero le agradó. Entró por una puerta que encontró y se quedó rígido, había sillones por toda la pieza, a primera vista reconoció diseños antiguos, pero perdió esa concentración en su hechura porque sobre ellos había cadáveres tendidos, como tomando una siesta. No movió un solo músculo de la cara, pero lo inquietó. De inmediato sintió que él no tenía el control. No era su lugar secreto, estaba profanando el de otra persona. Al examinar más a fondo notó que los cuerpos estaban marcados, desfigurados, reconstruidos, trabajados. Vio uno cuyas manos no le correspondían, otro tenía una mandíbula demasiado pequeña, uno más daba la apariencia de tener tres piernas. Mientras más miraba, más sentía que se había metido en la mente de otra persona, en su santuario y que como profanador sería castigado. Empezó a moverse más rápidamente pero con sigilo recordando sus años de militar, inadvertidamente en lugar de salir, entró a otra habitación donde ahora sí abrió los ojos desmesuradamente, una luz verde y sucia emanaba de lámparas por la orilla del techo y al tiempo que sintió el golpe de aire fétido vio tres o cuatro cuerpos colgados en ganchos de carnicería, pero dispuestos de tal forma que tenían los brazos extendidos como para dar un abrazo horrible. Tomó una lezna de la única mesa que había y rápidamente comenzó a inspeccionar el primer cuerpo con mano experta sorprendiéndose y alarmándose porque no tenía vísceras, sólo la piel, asque- 61