La sirena varada: Año 1, Número 4

—A mi edad la cuota es altísima. Además,
un mes más es un montón cuando
pensás que sólo te quedan segundos.
Los aproveché bien. Leí todo lo que me
faltaba. Fui despidiéndome de todos.
Hice valer cada hora. Ahora sí, estoy
listo —se aclara un poco la garganta—.
Me voy tranquilo sabiendo que mi hija
tiene un trabajo estable y una familia
hermosa. Vos ya tenés un título, empezaste
a trabajar, tenés una excelente
compañera y vas a ser papá. Fui testigo
de grandes cambios en este país. Las
calles hoy en día son mucho más seguras
que antes. El servicio de salud es
excelente. Todos tienen trabajo y todos
quieren trabajar; no hay lugar para los
vagos —me mira a los ojos un rato sin
decir nada, gira la cabeza para el otro
lado y cierra los ojos—. Estoy un poco
cansado. Seguimos después.
—Que descanses, abuelo.
Apago la luz y cuando salgo cierro la
puerta. Ya en la cocina, frente a mi madre
y a Sole, digo:
—Yo me voy a encargar de seguir pagando
la cuota del abuelo, no quiero
hablar más del tema.
Suena el timbre. Voy a atender. Son
dos hombres vestidos de pantalón y
campera naranja.
—Hola, somos del Departamento de
Existencia. Buscamos al sujeto SJ-102,
llamado Jorge González. Venimos a
llevarnos su máquina de subsistencia
como fue solicitado. Permiso. Gracias.
Mamá los hizo pasar porque yo me
quedé parado mudo.
—Hijo, lo del abuelo ya está decidido y
arreglado. Reservamos para mañana a las
cinco de la tarde el servicio funerario —me
abraza y me suelta para dejar pasar a los
de naranja que se van con una caja grande.
Siento que voy a llorar. No sé qué hacer.
Mi novia está hablando por teléfono.
—¿Con quién está hablando Sole?
—Está cancelando el turno en la clínica.
—Pero, mamá, ¡ya hablamos de esto
mil veces! No tenemos la plata para
justificar los primeros quince años del
bebé, los de Existencia no nos van a dejar
tenerlo. ¿Se volvieron locas?
—Ahora sí nos alcanza —dice mamá
mientras mira a los de naranja cruzar la
puerta con las últimas mangueras de la
máquina del abuelo.
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