La sirena varada: Año 1, Número 4
El cuarto número de La sirena varada: Revista literaria bimestral; correspondiente a los meses de diciembre del 2017 y enero del 2018
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—Encontré a la señora en el piso… —tose<br />
forzosamente y pasa saliva—. Ella ya<br />
estaba ahí tirada. <strong>La</strong> verdad, señores<br />
agentes, es que esa vieja ya estaba más<br />
muerta que quién sabe qué.<br />
El cuerpo de la señora Suárez fue levantado<br />
hace menos de una hora. Ahora solo<br />
queda el croquis de tiza junto a una mancha<br />
de sangre absorbida en la alfombra.<br />
—¿Cómo la conoció? —el agente da<br />
una bocanada al cigarrillo sin filtro y<br />
toma un sorbo de café negro.<br />
—No, pues qué le digo... —suelta una<br />
risa nerviosa—. No, nada, apenas nos<br />
veíamos en tono chévere —al percatarse<br />
de que los dos agentes lo miran<br />
inmutables, continúa—. Nos veíamos<br />
para pasarla rico, ustedes saben...<br />
—No, no sabemos.<br />
—Nos acostábamos.<br />
Los policías se miran fugazmente<br />
con complicidad, apenas es perceptible<br />
un intento de sonrisa entre ambos.<br />
—¿Cuánto llevaban en esas? —pregunta<br />
el otro agente, enarcando una ceja.<br />
—No mucho… —se rasca la cabeza—. Unos<br />
seis meses, un año tal vez —ve los dos rostros<br />
insatisfechos por la respuesta—. Bueno, bueno.<br />
Fueron nueve meses.<br />
Uno de los agentes toma nota en una<br />
pequeña agenda.<br />
—Usted se enamoró —afirma.<br />
—No, qué va —suelta un bufido burlesco—.<br />
Sólo la pasábamos rico de vez<br />
en cuando —frunce el ceño, indignado—.<br />
Sobre todo yo me voy a enamorar<br />
de esa vieja —levanta la cara y saca pecho,<br />
enorgullecido—. Esa mujer botaba<br />
la baba por mí.<br />
—Sí, claro. Ahora cuéntenos una de<br />
vaqueros.<br />
—Ah! ¿No me creen? Si no miren todas<br />
las vainas que me compraba. Esa vieja<br />
se la pasaba rogándome que no la dejara<br />
—dleva un poco la voz, haciéndose<br />
notar—. Hasta me compró moto y todo.<br />
—¿Con que sí? —anota en la agendita.<br />
—¡Pues claro! Si vieran… esa vieja me<br />
mantuvo un pocotón de tiempo —rompe<br />
el semblante y agacha la cabeza—. Era<br />
buena gente, no era tan mala persona —el<br />
joven queda ausente en su mente por unos<br />
segundos. Parece triste y meditabundo.<br />
—¿Entonces qué fue lo que pasó? —inquiere<br />
el agente. Se reincorpora un poco pálido.<br />
—Lo que les dije. Escuché unos porrazos<br />
y… y… entré, entonces la vi tirada en el<br />
charco de sangre —pasa saliva—. Luego<br />
los llamé.<br />
—¿Qué tan rápido entró luego de escuchar<br />
el bullicio?<br />
—¡De una! —abre los ojos como platos<br />
y se emociona—. Apenas escuché los<br />
totazos vine a ver cuál era la vaina. Ustedes<br />
saben, señores agentes, que hay que<br />
ayudar a la gente, porque si no nos ayudamos<br />
entre nosotros entonces cómo vamos<br />
a progresar —de repente choca las<br />
palmas de las manos—. ¡Nos jodemos!<br />
—Claro, claro —dice condescendientemente<br />
uno de los policías—. Espérenos<br />
aquí un momento.<br />
Ambos agentes se alejan del hombre y<br />
empiezan a hablar tranquilamente. Por su<br />
parte, el sujeto mira en todas las direcciones<br />
menos a sus entrevistadores, evitando<br />
adrede el contacto visual. Al transcurrir un<br />
lapso corto, percata que mueve su pierna<br />
nerviosamente con exageración e inmediatamente<br />
se detiene. Cruza los brazos,<br />
se suelta y mete las manos en los bolsillos<br />
de la pantaloneta, vuelve a cruzarse de<br />
brazos. De improvisto los dos policías sueltan<br />
una sonora carcajada y sin observarlo,<br />
lo señalan con las manos, luego terminan<br />
de reírse y se secan las lágrimas de la atronadora<br />
risotada. Una fría gota de sudor<br />
recorre la sien del joven, pues no sabe qué<br />
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