La sirena varada: Año 1, Número 4

que venía manejando, pensando que tal
vez, solo tal vez, salieran de ese predicamento,
zigzagueo el camino para que
la ametralladora no tuviera un blanco
fijo, y escuchó dos o tres impactos que
le dieron en la cajuela, confió en que no
hubiese pegado ningún tiro en el tanque
de gasolina. Y al final, los tiros solo se escucharon
a lo lejos, y después, solo silencio,
lo habían logrado, estaban cerca de
cumplir su cometido.
Ya entrando a Piedras Negras, Poncho
se dio cuenta que estaba por quedarse
sin gasolina, si hubo una fuga,
pero aun así alcanzaron a llegar a la
ciudad, ya no faltaba mucho, así que
aceleró lo más que pudo, hasta donde
llegasen. Después de unos minutos, no
dio para más el vehículo y algunos kilómetros
antes de su objetivo, se quedaron
sin gasolina, Laura le dijo a Poncho:
—¡Toma la mercancía! Aún hay algo de
tiempo… ¡Vete! Yo te alcanzaré en un rato.
Poncho le dio un beso a Laura, y saco
una hielera pequeña, le limpio el polvo y la
abrazo con ambas manos, como si su felicidad
dependiera de eso y se lanzó a correr.
Corrió como desquiciado con lágrimas
en los ojos, sabía que iba a contratiempo,
sabía que había torcido muchas
cosas para conseguir esto, pero todo
valdría la pena y, al llegar al punto cero,
lo estaba esperando el medico que operaria
a su madre. Sin decirse nada, el
doctor tomó la hielera e inmediatamente
entro al hospital. Había una oportunidad
de salvar a su madre agonizante
con ese corazón para el trasplante.
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