La sirena varada: Año 1, Número 4

—No —ladró mientras hacía el ademán
para salir, y aunque quise alcanzarlo,
el hombre del traje me detuvo.
—No creo que valga la pena —mencionó,
era un hombre circunspecto, bien
rasurado y con una enorme sonrisa, llevaba
dulces confitados y un algodón de
azúcar rosado, al que le presté especial
atención, él rio—. ¡El algodón de azúcar
es mi debilidad, amigo, y se te han terminado
los colores salvo este!
—¡No! No lo decía por eso —extendí
con una sonrisa, mientras él se ofrecía
a pagar la revista del camionero—. ¿Por
qué lo haces? —inquirí.
—No creo que la vida de alguien valga
los dos dólares de esta revista, pero me
reconforta, además me has hecho un
gran favor. Gracias a la revista estará distraído
y me da algo de tiempo —no comprendí
sus palabras, pero el hombre se
alejó con una sonrisa, mientras depositaba
una cuantiosa propina—. Hermosa
velada, Demian —dijo, aunque no me
sorprendió que se conociese mi nombre
cuando detrás de mí colgaba un retrato
como empleado del mes.
La noche transcurrió tranquila y después
de quince minutos el camionero
partió de la estación.
La mañana siguiente mi jefe llegó
preocupado.
—Demian, ¿te encuentras bien? —mencionó
con apremio en su voz, también
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