-El-engaño-de-Google
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Facebook, Wikipedia, Twitter o Dopplr (prácticamente cada
semana arrancan nuevas webs 2.0), también suscita el interés
de Google. Casi todos los proyectos de la Web 2.0 comenzaron
como pequeñas iniciativas no comerciales. Si la idea que proponen
es buena, atraen usuarios, crecen y van ganando interés,
no sólo para los internautas, sino también para otros competidores
o empresas de TI. Finalmente, viene una gran firma
como Google, eBay o Amazon y las adquiere.
Esto significa, una vez más, que todo aquel que introduzca
hoy sus datos en una red social, tarde o temprano verá que los
ha puesto a disposición de uno de los grandes. Facebook encarna
el mejor ejemplo de este proceso. Microsoft y Google se
enfrascaron en una dura pelea (o al menos así se reflejó en los
medios) para obtener participaciones de esta plataforma. La
adjudicación definitiva se produjo en octubre de 2007 y la beneficiaría
no fue precisamente Google, sino Microsoft. El gigante
del software pagó nada menos que 240 millones de dólares
por una participación del 1,5%. Con la compra de las
acciones no sólo conseguía una pequeña victoria sobre Google,
sino también los derechos sobre la información de los usuarios
de Facebook. Con toda seguridad, a algunos de ellos no les habría
gustado que Microsoft pudiese disponer de sus datos,
pero ahora ya es demasiado tarde.
La personalización y la explotación de los datos de los usuarios
es un proceso que no ha hecho más que empezar. «Nuestros
algoritmos son cada vez mejores y también estamos mejorando
en cuanto a la personalización», afirmó, no sin causar
impresión, el presidente ejecutivo de Google, Eric Schmidt, en
una entrevista concedida al Financial Times en mayo de 2007.
La idea que Schmidt tiene de la personalización es: si alguien
busca un empleo, teclea en Google «¿qué trabajo puedo hacer?»
y Google da la respuesta. También sobre cuestiones tan
banales como «¿qué puedo hacer esta noche?» o «¿qué me puedo
poner hoy?» pretende Google ayudar con sus consejos (por
supuesto, en la última pregunta el usuario necesitaría una webcam).
Schmidt explicó que «actualmente ni siquiera podemos
dar respuesta a las preguntas más sencillas, porque sabemos