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Casi Ciencia, Casi Ficcion

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de mes. No es nuestro sueño ser de la clase pudiente,<br />

pero no queremos que sea una fantasía. Queremos hacer<br />

de este un mundo mejor, pero no ser ascetas.<br />

Quinto Round:<br />

Dr. Dracma<br />

Editor en jefe de “Sciencia Mondo”<br />

Se miraron unos a otros con cara de incógnita.<br />

Murmullos por doquier. Sabían discutir, sin dudas. Sabían<br />

pelear por una idea, era parte de su trabajo. Sabían<br />

juntarse de manera sectaria, y odiarse o amarse. Pero<br />

esto sonaba del todo inverosímil. Impensado.<br />

Incoherente. ¿Un sindicato científico? ¿A quién se le pudo<br />

ocurrir? ¿Qué mente perversa podía considerar que la<br />

profesión más honrosa pueda meter las manos en el<br />

barro de la lucha sindical? Pero por otro lado, ¿cómo no<br />

se les había ocurrido antes?<br />

Por suerte, y a pesar de todos los prejuicios, los<br />

miembros de las ciencias están insertos en el mundo, y<br />

tienen conocimiento de la realidad, lo cual no hacía más<br />

sencillo el elegir representantes para esta tarea.<br />

Simplemente resultaba complejo cambiar los apodos<br />

“colaborador” y “colega” por “compañero” y “camarada”.<br />

De cualquier manera alguien tendría que tomar las<br />

riendas de esta lucha de clases, de la clase científica<br />

contra la clase dirigente.<br />

Es entonces que a pesar de la repulsión visceral que<br />

generaba la simple idea del sindicato, comenzó a<br />

cosechar firmas, después miembros, estatutos, directivos<br />

y respeto. Bajo el lema “Si no yo, ¿quién? Si no ahora,<br />

¿Cuando?” se movilizó el cuerpo científico por una lucha<br />

largamente postergada. El pedido incluía obviamente un<br />

aumento de presupuesto, que alcance el cinco por ciento<br />

del producto bruto mundial. Este número, altamente<br />

discutido en las filas sindicales, fue considerado con el<br />

adjetivo de lógico. No impactaría en perjuicio de otras<br />

áreas fundamentales y permitiría un adecuado aumento<br />

salarial, así como mejoras en equipamiento y<br />

herramientas de investigación y, todavía más importante,<br />

crecimiento de la mano de obra humana. Mejorar la<br />

ciencia requería más que nada alumnos, doctorantes y<br />

grupos de trabajo en cantidad, mayores centros de<br />

investigación y menos competencia laboral.<br />

La segunda exigencia del sindicato era de aspecto<br />

político. Exigían representatividad en el gobierno en lugar<br />

de imposiciones. En otras palabras, un secretario de<br />

ciencias escogido por verdaderos científicos. A la vez este<br />

debía ser un investigador calificado y no dependiente del<br />

partido de turno. Abogados, contadores y políticos afuera.<br />

31<br />

No es posible pretender que un directivo no conozca los<br />

principios que dirige, ni que sus proyectos sean acotados<br />

a su período en el puesto, tras lo cual otro burócrata<br />

deseche lo hecho para imponer los suyos. Los objetivos<br />

deben poder ser a largo plazo, y no dependientes de los<br />

caprichos políticos. ¿Era esto una fantasía?<br />

Probablemente. Pero tantos años de manoseo merecían<br />

hacer el esfuerzo. Y con suerte la sociedad en conjunto<br />

podía llegar a beneficiarse con una ciencia más<br />

independiente y efectiva, aunque el objetivo sea<br />

simplemente “déjennos trabajar en paz”.<br />

Las propuestas fueron acercadas al secretario de<br />

ciencias quien, tras ponerse una máscara que ocultaba la<br />

furia, el desengaño y por sobre todo el miedo, dijo (en<br />

palabras más complejas) que estudiaría profundamente<br />

los pedidos y los elevaría a las autoridades superiores.<br />

Esto por supuesto no dio muchas esperanzas, pero era el<br />

camino a seguir. El uso de los codos para hacerse lugar<br />

podía ser un juego entre políticos, no entre científicos,<br />

quienes acostumbraban métodos más sutiles. Así es que<br />

volvieron los delegados del flamante sindicato a sus<br />

laboratorios, con la sensación semiamarga esperada,<br />

aunque aliviados de haber logrado el primer paso de la<br />

batalla. Ahora quedaba esperar la respuesta que con<br />

suerte llegaría rápido, sea por un sí o un no. Al fin que la<br />

incertidumbre es la muerte de la esperanza.<br />

El secretario no pensaba igual. La incertidumbre de<br />

los otros ayuda a bajar sus expectativas por desgaste. Así<br />

que se tomó su tiempo para leer la carpeta que le<br />

entregaron, que por supuesto no tenía nada capaz de<br />

sorprenderlo. Pero la idea de poner a otro en su puesto,<br />

alguien del entorno científico y no del político, lo tomó<br />

como una directa provocación. Especialmente faltando<br />

tanto para que cambie el gobierno y su mandato llegue a<br />

su final natural. Así que llenó la carpeta con anotaciones<br />

intrascendentes de sus asesores, recomendaciones sin<br />

ánimo de cambiar nada, muchas firmas, y tras un largo<br />

período cumplió su trabajo y elevó el pedido al ministerio,<br />

quienes sabía que tenían todavía menos interés que él en<br />

meterse en el tema.<br />

La respuesta entonces no llegaba, y los tiempos se<br />

dilataban en perjuicio del sindicato, que simplemente no<br />

tenía idea de cómo continuar. Ser sindicalista era una<br />

profesión, no un hobby. El sindicato de científicos era la<br />

risa de todos los otros sindicatos. Por eso, en una bizarra<br />

reunión, fueron los delegados de los investigadores a<br />

consultar a los gordos, los líderes de las otras uniones.<br />

Comerciantes, transportistas, gastronómicos, energéticos,<br />

metalúrgicos, reunidos para aconsejar al Benjamín de los<br />

sindicatos en lo que sería para ellos el equivalente a un<br />

debut en la lucha laboral.<br />

“¿Hace cuánto presentaron sus exigencias al<br />

secretario?”<br />

“Hace dos meses.”

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