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sobre las catacumbas. Resulta que la principal caverna subterránea está conectada a un

laberinto más grande de túneles. Muy grande.

Continuamos caminando, memorizando una ramificación tras otra, un panal de

tranquilos caminos que corren paralelamente al bullicio de la superficie. Veo los murales en

las paredes cambiar con los años. Las paredes se sienten como si estuvieran cerrándose

sobre mí, listas para sepultarme con las cenizas de las generaciones pasadas. Sin la ayuda de

Raffaele, sé con absoluta certeza que moriría aquí abajo, perdida en el laberinto.

—Este camino lleva a una puerta escondida bajo el templo —dice Raffaele mientras

pasamos una ramificación—. El camino opuesto te llevará a la villa de Enzo del norte. —

Asiente hacia el túnel oscuro—. Incluso había un camino que solía pasar por debajo de la

Torre de los Inquisidores, pero ha estado sellado por muchas décadas.

Caigo en silencio ante la mención de la torre. Raffaele nota mi incomodidad.

Caminamos en la oscuridad por un largo rato, sin decir una palabra.

Finalmente, nos detenemos frente a un camino sin salida. Raffaele pasa sus dedos

delicadamente a lo largo del borde de la pared. Encuentra una pequeña ranura en la piedra y

le da un buen empujón. La pared se mueve ligeramente hacia un lado, y la luz entra.

Entrecierro los ojos.

—Y éste —dice Raffaele, tomando mi mano—, es mi camino favorito.

Caminamos por la pared abierta y nos encontramos de pie en la entrada de un túnel,

las antiguas escaleras de piedra se hunden en canales de aguas tranquilas, un lugar oculto

que pasa sobre el puesto principal y el comienzo de Mar de Sol. Góndolas distantes se

deslizan por el agua dorada.

—Oh. —Respiro. Por un instante, olvido mis problemas—. Es hermoso.

Raffaele se sienta en un escalón justo sobre el agua y sigo su ejemplo. Por un rato, no

decimos nada, escuchando el agua golpear contra la piedra.

—¿Vienes aquí seguido? —pregunto después de un tiempo.

Asiente. Sus ojos multicolores están enfocados en un muelle distante, donde se enlaza

la silueta borrosa del palacio. La luz delinea sus largas pestañas.

—En los días tranquilos. Me ayuda a pensar.

Nos sentamos en un cómodo silencio. A lo lejos, los ruidos de los gondoleros flotan

hacia nosotros. Me encuentro tarareando, la melodía de la canción de cuna de mi madre

saliendo instintivamente de mis labios.

—Cantas esa canción muy seguido —dice después de un momento—. La canción de

cuna River Maiden. La conozco. Es un ritmo encantador.

Asiento.

—Mi madre solía cantármela cuando era pequeña.

—Me gusta cuando cantas. Calma tu energía.

Me detengo, avergonzada. Debió ser capaz de sentir mi intensa ansiedad los últimos

días, a medida que se acerca mi próxima reunión con Teren.

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