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—El problema, Adelina —dice, mientras se acerca—, es que simplemente no estás
asustada.
Mi corazón se acelera.
—Estoy asustada —susurro. Pero mis palabras suenan poco convincentes. ¿Qué me va
a hacer?
—Sabes que tu vida no está en riesgo —continúa—. No te aferras a la oscuridad a
menos que estés viendo directamente a la muerte. Entonces, no puedes conectarte con tu
miedo y tu rabia. —Desdobla sus manos de detrás de su espalda—. Déjame ver si podemos
corregir eso.
Un anillo de fuego cobra vida alrededor de nosotros, volviendo la oscura caverna en un
espacio iluminado. Las flamas se estiran hasta el techo. Me alejo con terror ante el calor
contra mi piel. Un grito trata de salir de mi garganta. No. No, no. Fuego no. Lo que sea
menos eso. Todo lo que puedo ver son los ojos de Enzo fijos en el mío, oscuros y
determinados. Tanto fuego.
No estoy atada a la estaca. Estoy bien. Estoy bien. Pero no me lo creo. Estamos de
vuelta en la quemazón, la Inquisición va a matarme enfrente de todos, feliz de ver al fuego
consumirme como castigo de la muerte de mi padre. Los dioses me salvan. De repente, el
ataque de otros Élites palidece en comparación. Las flamas se sienten como que se están
acercando. Se están acercando. No puedo respirar.
Está forzándome a evocar el sentimiento viendo directamente a la muerte.
Enzo me alcanza. Las flamas rugen alrededor de nosotros, se inclina lo suficientemente
cerca para sentir el calor de su cuerpo a través de sus capas, el poder puro escondido debajo.
El miedo que se ha estado construyendo en mi pecho desde que Araña me atacó por primera
vez, ahora corre a través de mí en una corriente imparable, volviendo mis extremidades
entumecidas. Una de sus manos toca el hueco de mi espalda. Una ola de calor violenta e
irresistible emana de su toque y pulsa a través de mi cuerpo, hirviendo. Las flamas alrededor
de nosotros lamen los bordes de mis mangas, miro con terror mientras la tela se enchina,
oscureciéndose. Todo acerca de Enzo susurra peligro, muerte en el nombre de la justicia.
Estoy desesperada por alejarme. Me duelo por más. Tiemblo incontrolablemente, agarrada
en el medio.
—Sé que ansías el miedo. —Su aliento quema la piel expuesta de mi cuello—. Déjalo
construirse. Nútrelo y te dará todo su poder multiplicado por diez.
Trato de concentrarme, pero todo lo que siento es el fuego. La estaca, la pila de madera
en mis pies. Los ojos de mi padre muerto, siempre acechando mis sueños. Tú eres una
asesina, susurra su fantasma. ¿Pero a cuántos había matado la Inquisición?
¿Cuántos más matarían? ¿No habría sido yo una de las víctimas de la Inquisición, si los
Dagas no hubieran venido a rescatarme?
Con el fuego a nuestro alrededor, con la mano caliente de Enzo contra mis sedas, con
sus palabras en mis oídos y mi cuerpo todavía temblando por los ataques de los otros, la
combinación de mi miedo, odio, enojo, y el deseo finalmente fundiéndose. Podía sentir la
incontrolable oscuridad creciendo dentro de mí, millones de hilos que conectaban en el
mundo a todo lo demás, la maldad dentro de Enzo, la maldad dentro de todos a nuestro
alrededor, creciendo hasta que soy capaz de alcanzarla y cerrar mi mente alrededor de un