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Las llamas no lo dañan. Su piel se ve en fuego por un instante, luego vuelven a lo

normal, lisa e intocable. Me congelo ante la vista. No es un truco de luces, las llamas no lo

hieren del todo.

¿Cómo es posible? A no ser…

—¡Ve! —me apresura Enzo. Sus dagas chocan con un sonido de hierro. Una y otra vez.

Por encima, una flecha pasa y golpea cerca del cuello de Teren. Él gruñe de dolor, pero

luego, para mi horror, la alcanza y tira fuera bruscamente. La lanza lejos. Su piel se cose

junta, curándose en segundos, hasta que no veo nada, solo una mancha de sangre está en su

cuello.

Teren es un Joven Élite.

Me levanto y salgo corriendo. Cuando levanto la vista, veo a Lucent con su arco y una

flecha centrada en Teren, intentando encontrar un buen disparo.

Una mano áspera palmotea en mi brazo. Me vuelvo y miro justo a la máscara plateada

de un Daga.

Dante.

—¿Qué hay sobre ti ocultándonos en invisibilidad y sacándonos de aquí? —No hay

nada en su voz que me relaje, algo en sus ojos me dice que vio más esta noche de lo que yo

quería que viese.

Todo alrededor de nosotros está gritando, pánico, personas, el rugido de los fuegos

artificiales alimentando el infierno furioso del puerto. Me fuerzo a hacer lo que Dante dice.

Nos escondo en una apurada ilusión de invisibilidad, y él nos dirige lejos en la dirección más

cercana a la entrada de las catacumbas. Detrás de nosotros, Enzo ya ha desaparecido, tan

rápido como había llegado. La voz de Teren suena en mis orejas.

Tres días.

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