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Aparto la mirada de él, no sea que Raffaele crea que estoy perdiendo la cabeza.

—¿Qué...? —Empiezo, a continuación me aclaro la garganta—. ¿Qué significa?

Raffaele solo me guiña simpáticamente. Parece reacio a hablar de ello más a fondo, y

me encuentro con ganas de seguir adelante también.

—Veremos cómo Enzo se siente acerca de esto, y lo que esto significa para tu

entrenamiento —continúa en un tono más vacilante. Frunce el ceño—. Puede tomar algún

tiempo antes de que se te considere un miembro de la Sociedad de la Daga.

—Espera —le digo—. No entiendo. ¿No soy ya una de ustedes?

Raffaele se cruza de brazos y me mira.

—No, todavía no. La Sociedad de la Daga se compone de Jóvenes Élites que han

demostrado ser capaces de llamar a sus poderes cuando sea necesario. Ellos

pueden controlar sus talentos con un nivel de precisión que todavía no puedes

captar. ¿Recuerdas cómo Enzo te salvó, la forma en que controló el fuego? Tienes que

dominar tu capacidad. Llegarás allí, estoy seguro, pero todavía no estamos ahí.

La forma en que Raffaele dice todo esto suscita una advertencia en mí.

—Si todavía no soy una Daga, entonces, ¿qué soy? ¿Qué pasa después?

—Eres un aprendiz. Tenemos que ver si podemos entrenarte para calificar.

—¿Y qué pasa si no califico?

Los ojos de Raffaele, tan cálidos y dulces de antes, ahora parecen oscuros y

aterradores.

—Hace un par de años —dice suavemente—, recluté a un niño en nuestra sociedad que

podía llamar a la lluvia. Él parecía prometedor en el tiempo que teníamos muchas

esperanzas en él. Pasó un año. No podía aprender a dominar sus habilidades. ¿Has oído

hablar de la sequía que entonces azotó el norte de Kenettra?

Asiento. Mi padre había maldecido el aumento de los precios de los vinos, y corría el

rumor de que en Estenzia se vieron obligados a sacrificar cien caballos preciados porque no

podían darse el lujo de darles de comer. Las personas hambrientas. El rey envió a la

Inquisición y mató a cientos de personas durante los disturbios.

Raffaele suspira.

—El chico creó aquella sequía por accidente, y no pudo detenerlo. Cayó en pánico y

frustración. La gente culpa a los malfettos, por supuesto. Los templos

quemaban malfettos en la hoguera con la esperanza de que al sacrificarnos se acabaría la

sequía. El muchacho comenzó a actuar de forma extraña y errática, haciendo una escena

pública al tratar de conjurar la lluvia justo en el medio de una plaza de mercado, yendo a

escondidas hasta el puerto por la noche para tratar de sacar a las olas, y así

sucesivamente. Enzo no estuvo contento. ¿Ves? Alguien que no puede aprender a controlar

su energía es un peligro para todos nosotros. No operamos de forma gratuita. Mantenerte a

salvo aquí, alimentarte y darte ropa y refugio, entrenarte... todo esto cuesta dinero y tiempo,

pero sobre todo, cuesta nuestro nombre y reputación a los fieles a nosotros. Eres una

inversión y un riesgo. En otras palabras, tienes que demostrar que eres digna de ello. —

Raffaele hace una pausa para tomar mi mano—. No me gusta asustarte. Pero no voy a

ocultarte la seriedad con que tomamos nuestra misión. Esto no es un juego. No podemos

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