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grises en el cabello. Extiende sus brazos amplios. Voy a tener que preguntarle a Raffaele la
próxima vez, si ella es una patrona de los Dagas. Debe serlo.
—Bienvenidos a la Corte Fortunata, mis invitados —dice. Su voz es rica y cálida, y
todos en la audiencia se echan para delante, mostrando interés—. Es una noche fresca y
tranquila, un tiempo estupendo para que nos reunamos. Y sé por qué todos han venido. —
Hace una pausa para sonreír—. Quieren ver nuestra actuación de las joyas brillantes de la
corte.
Una ronda de aplausos bajos le contestan.
—No voy a retrasarlo por más tiempo, entonces —continúa—. Abandónense a una
noche de deseo, mis invitados, y sueñen con nosotros hoy.
Con eso, el resto de los faroles de la pared se apagan, dejando solo la plataforma
iluminada. Redobles de tambor profundos hacen eco, uno tras otro. Envían un temblor a
través de mí, revolviendo mi alineación a pasión, y siento mi energía revolverse. Un joven
consorte se desliza a través de la oscuridad de la multitud. Cuando llega a la plataforma y
pasa a la luz de los faroles, reprimo un grito ahogado.
Raffaele está vestido con sedas pálidas que hacen que destaque, su pecho está desnudo,
y una línea de oro está pintada por la mitad de su torso. Se detiene en el centro de la
plataforma elevada, los ojos bajos, y luego se arrodilla en un gesto fluido, con los brazos
cruzados delante de él, mangas anchas rezagadas. Su bata se acumula en un círculo a su
alrededor. Se queda allí por un momento mientras los redobles se hacen más fuertes, y luego
se pone de pie de nuevo y camina en un lento e hipnótico círculo. Nunca he visto una danza
tranquila y delicada como esta, junto con una canción que no es más que percusión, puede
que nunca vea algo así otra vez. Echo un vistazo a los clientes que llenan la habitación. Están
sorprendidos en silencio. Poco a poco, cuando el tempo aumenta, otros dos consortes se
unen a Raffaele en la plataforma, una chica y un chico, y juntos se deslizan en círculos
alrededor del otro, con los ojos tímidos y penetrantes, movimientos que fluyen como el
agua. Los otros dos consortes son hermosos, pero palidecen al lado de Raffaele. No hay duda
de a quién siguen los ojos del público. Observo, hipnotizada. Entonces el momento de
profunda tristeza de Raffaele vuelve a mí, y la actuación me hiela hasta los huesos.
Alguien nuevo se sienta detrás de mí. No pienso mucho en ello al principio, la
habitación está llena de clientes, en todo caso, todos centrados en la plataforma. Es solo
cuando la persona habla que mi corazón se detiene.
—No te voy a hacer daño, Adelina. Solo escucha.
La voz está muy cerca de mi oreja, tan cerca que puedo sentir el aliento del que habla,
suave en mi piel. Es tan silencioso, apenas lo escucho por encima de los tambores. Pero lo
hago. He escuchado esa voz una sola vez en toda mi vida, pero la reconocería en cualquier
parte.
Teren.
La energía en mi corazón alcanza su máximo, y tengo un impulso repentino de gritar
en mitad de la actuación. Me encontró. Por el rabillo de mi ojo, puedo ver que no está
vestido con su armadura y ropajes de Inquisidor, pero sí en terciopelo negro, con el rostro
oculto tras una máscara como todo el mundo aquí. Es el hombre que vi antes, aquel cuya
mirada se detuvo en mí. ¿Cómo me ha encontrado? He sido demasiado descuidada. ¿Me ha