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—Crea la daga otra vez —susurra—. Quiero mirarla bien.

Con mi ira aun agitándose y su toque enviando escalofríos, reúno mi concentración. El

empuje es más fácil ahora. Ante nuestros ojos, aparece el contorno de una daga. Se agita y

brilla, incompleta, y entonces la lleno de detalles; la pintura en el mango color carmesí, las

runas en la empuñadura, el suave brillo de la hoja y el canal de sangre que atraviesa su

centro. Solidificándose. El borde de la hoja se afila a un punto grave. La giro en el aire hasta

que la punta nos enfrenta.

Apenas hay diferencias entre la ilusión y la realidad.

Miro a mi lado para ver a Enzo mirando fijamente la daga falsa. Su corazón late a

través de la tela sobre sus costillas, rítmico contra mi piel.

—Hermosa —murmura. De algún modo, creo escuchar dos significados detrás de esa

palabra.

Me suelta, luego enfunda su daga con una estocada. La sonrisa se ha ido.

—Suficiente por hoy —dice. No se molesta en encontrar mi mirada, pero su voz es

diferente ahora. Más suave—. Seguiremos mañana.

Un súbito impulso me golpea. El rostro de Teren flota en mis pensamientos, luego

cambia a una visión de mi hermana. No sé de dónde viene el impulso, si son alineaciones de

pasión o ambición, pero lo alcanzo con energía antes de poder detenerme. Enzo se detiene,

luego me mira con una ceja alzada.

—¿Sí? —dice simplemente.

Silencio. Toda la tensión acumulada de las últimas semanas surge, y me encuentro

luchando por sacar las palabras. Dile. Esta es tu oportunidad.

Dile la verdad.

Enzo me observa con una paciente mirada penetrante.

Las palabras están justo allí, en la punta de mi lengua. La Inquisición me ha forzado a

espiarlos. El maestro Teren Santoro está manteniendo rehén a mi hermana. Tienes que

ayudarme.

Y entonces, miro a Enzo a los ojos, recuerdo el calor de su poder. E intento hablar. De

nuevo, las palabras se detienen.

Finalmente, me las arreglo para decir algo. Pero lo que sale es:

—¿Cuándo iré a una misión?

Enzo entrecierra sus ojos ante eso. Toma varios pasos lentos hasta que estamos

separados por unos metros. Mi corazón late furiosamente. Soy una tonta. ¿Por qué dije eso?

—Si tienes que preguntar —responde Enzo—. Entonces no estás lista.

—Yo… —El momento se ha perdido. La verdad que había estado tan cerca en mis labios

ahora se aleja, enterrada bajo mis miedos. Mis mejillas arden con vergüenza—. Pensé que

querrías que fuera —me las arreglo para terminar de decir.

—¿Por qué te querría conmigo en una misión, lobito? —dice tranquilamente.

Una oleada de pasión me atraviesa, cortando la tensión luchando dentro de mi pecho.

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