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cabello, la delgada cicatriz prominente en la mejilla. Los nobles murmuran entre sí. Todavía
no está del todo bien, hay una falta de refinamiento en los detalles, la mirada de algo con los
ojos vidriosos que no parece del todo humano, la textura de la piel. Se tambalea un poco. De
vez en cuando, se ve translúcido. No funcionaría para nosotros de cerca. Pero será
suficiente. Sostengo la ilusión por un momento y luego la suelto.
Enzo me sonríe.
—Cuando comience el Torneo de las Tormentas —dice—, el rey y la reina anunciarán
las carreras de caballos y luego observarán desde un lugar privilegiado. Si puedes disfrazar a
Gemma, nadie se dará cuenta cuando se suba al lomo de un caballo. ¿Puedes conseguir que
esté lo suficientemente cerca para dar el golpe?
Está anunciando antes todos sus patrones que sí estoy incluida en su misión final. Mi
corazón salta por la emoción, a continuación, se aprieta dolorosamente ante el recuerdo de
las palabras de Teren.
—Puedo hacerlo —contesto.
Los nobles parecen encantados conmigo. Enzo sonríe gratamente con ellos y suenan
vasos, pero incluso aquí, en la seguridad de la caverna y rodeado de partidarios, él parece
cauteloso, la persistente inquietud de alguien preocupado por otros problemas.
Me pregunto si puede detectar algo sospechoso acerca de mí. Gracias a los dioses que
Raffaele no está aquí para notar los cambios oscuros en mi energía. Debe tener un cliente
esta noche. El vino con especias alivia algo de la ansiedad agitándose y me encuentro
sosteniendo el vaso de nuevo para que los consortes vuelvan a llenarlo.
—Pareces menos animado de lo que deberías estar —le digo a Enzo en voz baja, cuando
hay una pausa en su conversación con los nobles.
Me mira, parece pensar qué responder y luego se desliza alrededor de mi comentario.
—¿Te sientes festiva, mi Adelinetta? —Asiente mientras un consorte llena mi copa por
segunda vez. Mi corazón palpita fuertemente en la forma en que dice la versión afectuosa de
mi nombre—. Cuidado. Es un vino fuerte.
Es cierto; el vino me hace audaz, me ayuda a olvidar.
—Soy el Lobo Blanco —respondo—. Sin duda se merece una segunda ración.
Los labios de Enzo sonríen y siento el rugido de la atracción creciente. ¿Cómo voy a
hablarle de la Inquisición? Sus ojos se pierden de nuevo en los otros Dagas.
—Así es. —Levanta su copa en el aire y los nobles se le unen—. Por el Lobo Blanco —
dice, mirándome—. Y el comienzo de una nueva era.
Gemma se inclina hacia mí mientras tomo un sorbo de vino.
—Te gusta —se burla y me golpea con fuerza en las costillas.
Me estremezco y la empujo con el codo.
—Silencio —susurro. Gemma se ríe con malicia por la expresión de mi rostro, luego se
aleja y salta, con los pies descalzos, hacia el diván. Contengo la respiración, pero no puedo
evitar sonreír. Acaba de jugar un poco conmigo.
Enzo la mira. Ella se cruza de brazos.