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¿Puedo alcanzar a Raffaele? ¿Puede cualquiera de nosotros? Estudio la plaza. Es

imposible acercarse lo suficiente sin llamar la atención, y con Teren sosteniendo la vida de

Raffaele por la garganta, no podemos permitirnos un desliz. Demasiados Inquisidores

rodeando la plaza como para acercarme a cualquier lugar, especialmente en mi estado de

debilidad. No podemos salvarlo aquí.

Violetta gira su cabeza. Una extraña y pensativa expresión aparece en su rostro.

—Hay otros Élites ahí fuera —susurra.

Me lleva un momento recordar lo que su poder significa, ella también puede hacer lo

que Raffaele hace, puede decir cuando otro Élite está cerca. La miro de repente.

—¿Al lado de Teren?

Asiente.

—¿Cuántos?

Violetta se concentra por un momento, contándolos. Finalmente, me responde.

—Cuatro.

Cuatro. Los otros están aquí. Enzo está vigilando.

Teren escanea a la multitud mientras su voz continua sonando por la plaza.

—Los malfettos son una lacra en nuestra población. Son más inferiores que los perros.

Indignos. —Teren se agacha para agarrar a Raffaele por su cabello, jalándolo, poniéndolo de

pie, y presiona su espada con más fuerza contra la garganta de Raffaele—. Las personas

como éstas son una maldición para nuestro país. Son la razón de por qué sus vidas son

miserables. De cuanto más malfettos nos libremos, en mejores circunstancias estará nuestro

país. Mejor estarán. —Su voz alzándose—. ¿Ves esto, Verdugo?

Él está tratando de tentarnos a salir. La multitud se mueve, con inquietud y

desasosiego. La gente mira hacia los tejados y por los callejones. Justo como lo hicieron en

mi hoguera.

Teren entrecierra los ojos.

—Sé que estás viendo. He oído que este despreciable chico es valioso para ti. Así que

vamos a hacer un trato. Entrégate. Si no lo haces, me verás destripar a este chico aquí

mismo en este balcón.

Enzo no mordería el anzuelo. Estamos completamente atrapados. Miro con

desesperación de Raffaele a los tejados donde creo que Enzo podría estar al asecho

esperando, observando. No hay otra forma de salvarlo. Ninguna. Vamos a verlo morir.

Justo cuando creo que todo está perdido, un grito se alza desde alguien en la multitud.

Luego otra. Y arriba en los tejados, una borrosa figura está parada delante de toda la plaza.

Es Enzo.

Su rostro está oculto detrás de su máscara plateada, pero sus palabras resuenan claras

y nítidas. Gélidas por la furia. Miro con mi corazón a punto de salirse por la garganta.

—Déjame ofrecerle un trato, Líder Inquisidor —grita—. Y dejémoslo jurado aquí ante

los dioses. Te reto a un duelo. En la mañana del funeral del rey, me reuniré contigo en un

combate abierto en la arena de Estenzia. Lucharé solo contra usted.

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