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Lucho con la poca fuerza que me queda. Esto no es real. Esto es una pesadilla. Esto no

es una pesadilla. Esto es real.

Me arrastran por las escaleras. Un piso, dos, tres. Así de lejos estaba bajo tierra. Desde

aquí, la Torre de los Inquisidores entra en una mejor visión, los pisos cambian de húmedas,

mohosas piedras a mármol pulido, sus paredes decoradas con pilares, tapices y el símbolo

circular de la Inquisición, el sol eterno. Ahora por fin puedo escuchar la conmoción viniendo

desde afuera. Gritos, cantos. Mi corazón salta en mi garganta, y repentinamente freno en

seco tan duro como puedo, mis arruinadas botas de montar chillan en vano contra el piso.

Los Inquisidores tiran más fuerte de mí por mis brazos, forzándome a tropezar.

—Sigue moviéndote, niña —me espeta uno de ellos, sin rostro bajo su capucha.

Luego estamos dando un paso fuera de la torre, y por un instante, el mundo se

desvanece en un blanco cegador. Entrecierro mis ojos. Debemos estar en la plaza del

mercado central. A través de mi escaza visión, distingo un océano de personas, todas las

cuales han venido a verme ser ejecutada. El cielo está de un hermoso, fastidioso azul, las

nubes cegando con su brillo. Lejos en la distancia, una estaca de hierro negro se cierne en el

centro de una levantada plataforma de madera, sobre la cual hay una línea de Inquisidores

esperando. Incluso desde aquí, puedo ver sus emblemas circulares brillando en sus petos,

sus manos con guantes descansando en las empuñaduras de sus espadas. Trato más fuerte

de arrastrar mis pies.

Abucheos y gritos furiosos vienen desde la multitud a medida que los Inquisidores me

guían más cerca hacia la plataforma de ejecución. Algunos me arrojan frutas podridas,

mientras que otros escupen insultos y maldiciones en mi dirección. Ellos usan harapos,

zapatos rotos y vestidos sucios. Tantos pobres y desesperados, que vienen a verme sufrir

para distraerse de sus propias vidas hambrientas. Mantengo mi vista hacia abajo. El mundo

es un borrón y no puedo pensar. Ante mí, la estaca que se veía tan lejos ahora se dibuja

constantemente más cerca.

—¡Demonio! —me grita alguien.

Soy golpeada en el rostro con algo pequeño y afilado. Una piedrita, creo.

—¡Ella es una criatura del demonio!

—¡Acarreadora de mala fortuna!

—¡Monstruo!

—¡Abominación!

Mantengo mi ojo cerrado tan apretadamente como puedo, pero en mi mente, todo el

mundo en la plaza luce como mi padre y todos tienen su voz. Los odio a todos. Imagino mis

manos en sus gargantas, ahogándolos, silenciándolos, uno por uno. Quiero paz y silencio.

Algo se mueve dentro de mí, intento agarrarlo, pero la energía desaparece inmediatamente.

Mi respiración empieza a venir en jadeos enfurecidos.

No sé cuánto nos toma llegar a la plataforma, pero me asusta cuando lo hacemos.

Estoy tan débil a este punto que no puedo subir las escaleras. Uno de los Inquisidores

finalmente me levanta y me balancea ásperamente sobre su hombro. Me coloca abajo en la

cima de la plataforma y luego me lleva hacia la estaca de hierro.

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