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tiempo necesario. El burbujeo familiar de calor corre a través de mí, la sensación de lujo de
un baño caliente en una noche fría; le devuelvo el beso, apoyándome en él, saboreando su
calor.
Entonces se acaba. Me encuentro mirándolo a los ojos, y ahí veo las finas líneas de
color escarlata dentro de sus iris, brillantes. Sus labios están todavía muy, muy cerca.
Da un paso lejos y nos saca del círculo del baile al iniciar una nueva canción. Ahora
estamos más cerca del puerto de lo que estábamos antes, y una barandilla de madera nos
separa del muelle rocoso cerca de donde los barcos están a la espera. Perfectamente en su
posición. Me falta el aliento, aún mareada y riendo, y Enzo ríe junto a mí, su baja voz de
terciopelo mezclándose más alta. No creo que lo haya oído reír antes. Es un sonido suave,
tierno y seguro, un recuerdo de que solía reír más. Su brazo se mantiene bien envuelto
alrededor de mi cintura. Mis labios hormigueando. Incluso si solo está tratando de
continuar nuestra actuación, está haciendo un excelente trabajo.
La multitud disminuye a la vez que nos acercamos al punto con vistas de la playa; solo
un puñado de figuras están dispersas a lo largo de las rocas y la arena, admirando el trío de
lunas colgando en el horizonte. Varios Inquisidores montan guardia en cada uno de los
muelles que conducen a los seis barcos. Largas sombras cubren los muelles en oscuridad.
Mi energía se agita sin descanso. Casi es el momento de mi debut. Levanto la vista
brevemente a los techos de los edificios más cercanos. No puedo ver a nadie ahí, pero sé
que varios Dagas están al acecho, esperando la primera señal.
Nos dirigimos hacia los muelles. Las luces de la festividad hacen un camino en la
sombra proyectada por los edificios más cercanos a la costa, y tiemblo cuando el aire de la
noche fría nos rodea. Enzo me empuja cerca para susurrar en mi oreja. Puedo sentir sus
labios volverse una pequeña sonrisa.
—El primer muelle —murmura—. Mírame.
Me río nerviosamente en voz alta, como si él solo hubiese susurrado algunas palabras
románticas en mi oreja. Uno de los Inquisidores descansando a lo largo del primer muelle
nos echa una mirada aburrida y luego se aleja.
Nos acercamos lentamente al muelle, continuando nuestra pequeña farsa romántica
todo el camino. Al menos, se ve como una farsa para Enzo. Lejos de mí para quejarse, las
risas que salen son reales, y también lo es el rubor en mis mejillas. Su mano es caliente en
mi muñeca, un riachuelo de calidez deliciosa en una noche fría.
Finalmente, tropiezo sobre una roca y caigo, riéndome, en sus brazos. Estamos en el
extremo más alejado del muelle ahora, y dos de los Inquisidores que vigilan este muelle
están apenas a unos metros de distancia. Uno de ellos levanta una mano enguantada.
—Nadie tiene permitido pasar este punto —dice él, asintiendo en nuestra dirección.
Enzo lo mira decepcionado. Coloca una mano en el hombro del Inquisidor. Toda
despreocupación desaparece de su rostro, en el parpadeo de un ojo, se ha transformado de
un chico sonriente a un depredador.
El Inquisidor mira la mano de Enzo con sorpresa. Pero antes de que pueda apartarla,
sus ojos se abren. Dispara a Enzo una mirada afligida. Tras él, la postura de su compañero
vacila.