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Los prisioneros son siempre tan condenadamente desesperados cuando miran a la
muerte a la cara.
Maeve lo ve arrastrarse por un momento. Luego se arrodilla junto a su tigre.
—Ve —le ordena.
El tigre salta de su lado. Momentos más tarde, los lamentos del prisionero se
transforman en gritos agudos. Maeve observa mientras la audiencia aplaude. La imagen no
le trae ninguna alegría. Levanta sus manos para pedir silencio, y los gritos se interrumpen
bruscamente.
—Esta no es una ocasión para los aplausos —dice en señal de desaprobación—. La reina
no tolera el asesinato a sangre fría en la gran nación de Beldain. Que esto sea una lección
para todos.
Uno de sus hermanos se endereza de su postura casual y le da golpecitos en el
hombro. Augustine. Le entrega un pergamino.
—Noticias de Estenzia, pequeña Jac —dice sobre el ruido—. La paloma ha llegado esta
mañana. —El apodo levanta el corazón de Maeve por un instante. Siempre le recordaba a su
infancia con su grupo de hermanos, arrastrándose tras ellos con sus pieles y vestidos,
imitando sus posturas fanfarronas y de caza. Entonces su corazón se tensa. Últimamente,
Augustine sólo la llama pequeña Jac cuando llega una preocupante noticia, como cuando su
madre enfermó.
Maeve lee la carta en silencio. Es de Lucent, y no dirigida al palacio, sino directamente
a Maeve misma. Se queda en silencio por un largo momento. Entonces suspira con
frustración.
—Kenettra tiene un nuevo gobernante, al parecer —responde finalmente. Chasquea la
lengua en señal de desaprobación, y luego silva a su tigre para que vuelva.
Su hermano se acerca más.
—¿Qué ha pasado?
—El rey fue asesinado —responde Maeve—. No por el príncipe heredero, sino por el
Líder Inquisidor de Kenettra. Y el príncipe está muerto.
Augustine se inclina hacia atrás y apoya su mano en la empuñadura de su espada.
—Eso cambia nuestros planes, ¿no es así?
Maeve asiente sin contestar, con los labios apretados. Tenía la esperanza de que ser
uno de los mayores clientes de los Dagas significaría que después de que Enzo tomara el
trono, llevaría a cabo su promesa de reestablecer el comercio entre Kenettra y Beldain. Si
voy a ganar gradualmente el control de Kenettra, prefiero hacerlo sin sacrificar miles de
soldados. Además, prefería ver a alguien que apoyaba a los malfettos en el trono de la
isla. Pero ahora el príncipe heredero está muerto.
—Es una complicación —dice finalmente—. Aun así, tal vez será más fácil de esta
manera.
—¿Y qué es esta mención de una Loba Blanca?