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Al día siguiente, cuando Raffaele me pregunta cómo me siento, solo digo que me siento
mucho mejor. Me mira de reojo, pero no me obliga a decir más.
Pasa otro día. Mi pánico inicial se asienta en una corriente constante de inquietud. Tal
vez había soñado toda la cosa, y Teren nunca llegó en primer lugar. Este pensamiento es tan
tentador que casi me dejo creerlo.
Al tercer día, soy capaz de pensar. Para sobrevivir, tengo que jugar a este juego. Y tengo
que jugarlo bien.
Cinco días después de la mascarada.
Raffaele y yo estamos de vuelta en la caverna. Me observa mientras estudio a Enzo
peleando con la Araña, tratando de averiguar cómo funciona su energía. Las palabras de
Teren permanecen en mi mente, recuerdos de lo que espera de mí. Mi semana casi se ha
acabado. ¿Cómo voy a ser capaz de escabullirme a la Torre de la Inquisición?
Trato de concentrarme en su lugar.
—¿Dónde aprendió a pelear de esa manera? —le pregunto a Raffaele mientras
observamos a Enzo rodeando a la Araña.
—Se suponía que iba a ser rey —me recuerda Raffaele mientras garabatea notas en una
hoja de papel. Hace una pausa para mojar su pluma en un tintero ubicado en el suelo—. Se
formó con los Inquisidores cuando era un niño.
Enzo espera a que su oponente dé un golpe primero. Durante un largo minuto, no pasa
nada. Los otros se burlan y alientan desde los bordes del círculo. Entonces, de repente, la
Araña se abalanza sobre Enzo, su espada de madera agitándose hacia adelante apuntando al
lado izquierdo del príncipe. Mi lado débil. El movimiento es tan rápido que no veo nada más
que un borrón a través del aire, pero de alguna manera, Enzo logra predecir el golpe y se sale
del camino en el último segundo. Fuego chispea de sus manos, lo envuelve en un cilindro
hermético. La Araña salta de nuevo. Incluso con su velocidad, puedo decir que el calor ha
chamuscado los bordes de sus vestidos. Enzo sofoca las llamas, al mismo tiempo que se
lanza hacia la Araña, como materializándose desde detrás de un velo de color naranja y oro.
Golpea tres veces en sucesión rápida. Araña desvía los golpes, uno tras otro, y luego se lanza
de nuevo. Los dos siguen en una tensa batalla. La fuerza de sus golpes hace eco en la
caverna.
Por último, Enzo agarra a la agotada Araña con la guardia baja. Patea la espada de
Araña fuera de su alcance, agarra la empuñadura de madera, y señala de nuevo el cuello de
su oponente. Los otros Dagas sueltan hurras, mientras la Araña emite un gruñido de