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Teren inclina su cabeza.

—Sí, Su majestad. Violetta Amouteru está en mi custodia. —Sonríe brevemente—. Está

sana y salva.

La reina sonríe en aprobación. Extiende la mano y deshace un broche del cuello del

uniforme de él, dejando al descubierto el hueco de su garganta, luego lo traza con un

delgado dedo. Una respiración se escapa de él. Dioses, te deseo. Te amo. No soy digno de

ti. Ella presiona sus labios, perdida en sus propios pensamientos, y luego lo mira a los ojos

otra vez.

—Hazme saber cuando encuentren a la chica. No me gusta como esos Élites están

avergonzando a la corona.

Haría cualquier cosa por ti.

—Como usted ordene, su majestad.

Giulietta toca su mejilla afectuosamente. Su mano es fría.

—El rey estará encantado de oírlo, tan pronto como salga de la cama de su amante. —

Enfatiza sus últimas palabras.

El ánimo de Teren se oscurece por eso. El rey se supone que está en una reunión con su

consejo en este momento, no retozando en la cama con un amante. Él no es rey. Es un

duque con el que la reina fue forzada a casarse. Un ruidoso, arrogante e irrespetuoso

duque. Baja sus labios a los de ella, luego le roba otro largo beso. La voz de él se vuelve

tierna y dolorosa.

—¿Cuándo puedes venir a mí otra vez? Por favor.

—Volveré a ti esta noche. —Le sonríe cuidadosamente, una llena de calculados

secretos. Es la sonrisa de alguien que sabe exactamente qué decirle a un niño soldado

locamente enamorado. Lo jala lo suficientemente cerca para susurrar en su oído—: Te he

extrañado también.

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