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Lauros y palmas, de Amadeo Burdeos, sdb - Hispania Martyr

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colindantes, que permitía tan sólo hacerse cargo <strong>de</strong> la inmundicia que invadía<br />

los calabozos» Éstos* en número <strong>de</strong> doce, se abrían a un estrecho corredor, a<br />

cuyo fondo, los retretes, sin ventilación alguna, infundían sus fétidas emanaciones,<br />

sin que pudieran atenuarlas los cubos <strong>de</strong> zotal que a este fin se prodigaban<br />

por todo el recinto y que no servían sino para producir en las vías<br />

respiratorias una sensación <strong>de</strong> aguda picazón, y en los ojos un constante lagrimeo»<br />

Cada celda tenía su correspondiente verja <strong>de</strong> hierro que se cerraba<br />

con fuertes candados.<br />

Aquellos calabozos, <strong>de</strong>stinados, en tiempo normal, a contener por unas<br />

horas a los rateros y <strong>de</strong>lincuentes vulgares, se hallaban entonces atestados <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>tenidos. Entre todos sumarían más <strong>de</strong> trescientos; pues, aún recientes los<br />

últimos sucesos <strong>de</strong> la F. A. L, había allí no pocos <strong>de</strong> sus militantes que habían<br />

sido sorprendidos por la Guardia Civil o la Policía con las armas en la mano,<br />

o con bombas y explosivos.<br />

Entre aquella gentuza, que daba la tónica al ambiente con su grosería y<br />

sus blasfemias, fuimos a caer nosotros. Nuestra aparición causó cierta expectación.<br />

Todos intentaban clasificarnos. No les costó mucho trabajo, pues nuestro<br />

porte, la vergüenza que se reflejaba en nuestro semblante al vernos en tal<br />

lugar y compañía, y más que nada nuestro aire tímido y retraído, nos <strong>de</strong>lató<br />

al instante. Y empezaron las cuchufletas, los insultos, las bromas intencionadas<br />

y las blasfemias e in<strong>de</strong>cencias, que nos veíamos obligados a soportar cabizbajos<br />

y en silencio.<br />

Como todas las celdas estaban ya rebosantes <strong>de</strong> presos y a<strong>de</strong>más el pasillo<br />

estaba igualmente abarrotado, no pudimos colocarnos todos juntos, lo que<br />

hubiera sido para nosotros un consuelo, sino que nos repartieron por diversas<br />

celdas.<br />

Por fortuna no todos eran gente in<strong>de</strong>seable. Había entre los <strong>de</strong>tenidos<br />

personas <strong>de</strong> <strong>de</strong>recha/y <strong>de</strong> buenos sentimientos, que al darse cuenta <strong>de</strong> nuestra<br />

personalidad, se nos ofrecieron para todo, se apresuraron a hacernos lugar<br />

y a darnos algo <strong>de</strong> comida. En uno <strong>de</strong> aquellos calabozos pudimos acomodarnos<br />

cinco o seis; éramos el grupito más numeroso. Los compañeros eran, en<br />

general, buena gente, que nos admitió en su compañía con agrado.<br />

Pero bien pronto, a través <strong>de</strong> los barrotes <strong>de</strong> hierro <strong>de</strong> la puerta se agolparon<br />

unos cuantos <strong>de</strong>svergonzados que empezaron a insultarnos parodiando<br />

algunos actos religiosos entre risas y blasfemias. Como todas las celdas tenían<br />

su mote distintivo, sacado casi siempre <strong>de</strong> los más infames tugurios <strong>de</strong>l barrio<br />

chino, bautizaron a la nuestra con el <strong>de</strong> «Casa <strong>de</strong> los Curas», letrero que escribieron<br />

en la pared junto a la puerta.<br />

Fue transcurriendo lenta y penosa aquella tar<strong>de</strong>. Al llegar la noche nos<br />

trajeron la cena, tan módica como en San Elias, pero peor preparada, a base<br />

<strong>de</strong> especies picantes y que, a <strong>de</strong>cir <strong>de</strong> los veteranos, se componían <strong>de</strong> los restos<br />

<strong>de</strong> algunas fondas próximas, con lo cual, excusado es <strong>de</strong>cir el sabor <strong>de</strong><br />

aquella bazofia.<br />

Despachada la frugalísima cena, nos dispusimos a dormir. Alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> la<br />

celda había tres bancos <strong>de</strong> cemento, en los que cabían, apretadas, hasta doce<br />

personas sentadas. En esos duros asientos <strong>de</strong>bíamos <strong>de</strong>scansar, pero tan sólo<br />

durante cuatro horas, pues hubo necesidad <strong>de</strong> establecer tres turnos para que<br />

pudiesen también hacerlo los que aguardaban en el pasillo. Algunos se echaban,<br />

sencillamente, en el suelo, expuestos a los pisotones <strong>de</strong> los transeúntes,<br />

pero tenían la ventaja <strong>de</strong> que nadie les disputaba la cama.<br />

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