Lauros y palmas, de Amadeo Burdeos, sdb - Hispania Martyr

Interceded vosotros, santos sacerdotes don Julián Rodríguez, don José Otín,
don José Giménez, don Alvaro Sanjuán, estudiante Pedro Mesonero, flor que
te abrías con tanto vigor al trabajo largo en el campo salesiano, y vosotros,
sencillos trabajadores y hermanos don Jaime Buch, el benemérito, don Agustín
García, el de la alegría inalterable, que aun después de muerto parece que
sonríes a tus verdugos. Los restos de la que fue vuestra postrera envoltura
terrena los guarda Dios o los tenemos en estos relicarios; pero vosotros, desde
el Cielo, nos miráis y sonreís. Interceded por los Salesianos, por Valencia, por
España y por la Iglesia.
Por nuestra parte, hermanos que me escucháis, empapémonos, como dice el
poeta Prudencio, en la divina eficacia de la sangre vertida y de los miembros
destrozados, que ésta es la poesía que levanta, templa, purifica el alma y la
dispone al sacrificio. «Disponerse al sacrificio», ésa es la consigna que salta
de esas cajas, mejor, es la consigna que nos viene del Cielo, lanzada por el
alma gloriosa de nuestros Mártires.
Vivid siempre dispuestos al sacrificio, hermanos míos salesianos; al sacrificio
de vuestra profesión, sacrificio escondido que no ven los ojos de los hombres;
pero que cuenta Dios; al servicio de la formación de las almas de los
obreros y de los pobres; al sacrificio que no encontrará, tal vez, en la Tierra,
la flor de la gratitud; que, tal vez, choque un día con la bala de un asesino;
pero ahí está vuestro deber y vuestra gloria.
Disponeos al sacrificio, valencianos.
El águila real de la victoria bate sus alas gigantescas y maternales sobre el
lago de sangre formado por nuestros Mártires y nuestros héroes. Que ella
quede siempre con nosotros, y sea el emblema de la altura de nuestros pensamientos,
de la honradez de nuestra vida; por encima de cobardías y bastardías,
marchando todos en abrazo de hermanos por el ancho surco que nos ha
trazado la guerra; puestos los ojos con sinceridad en el porvenir religioso
y moral de la Patria que es, al fin, el verdadero porvenir de su grandeza, bebiendo,
en las ásperas jornadas del camino, del pozo de la tradición en que
bebieron nuestros mayores, que ése es el venero inagotable de las aguas que a
nosotros nos van, de las aguas más puras de la Tierra.
Termino, hermanos, con unas palabras del Crisóstomo y del poeta Prudencio:
«¿Qué atleta se muestra valiente sin pelea? ¿Qué soldado abate al
enemigo sin batalla? ¿Qué general se laurea sin guerra? Tú, cristiano, tienes
en tus manos las armas mejores y las flechas más poderosas para vencer a tu
enemigo.» «La vida es un campo de pelea, un certamen y una corona de atletas.
El granizo de la persecución es la semilla de mártires (y los mártires semilla
de cristianos). Los nombres que se escriben en la Tierra con sangre, los escribe
Cristo en el Cielo con letras de oro; y esos nombres serán leídos por los ángeles
en el día tremendo en que vengan todas las ciudades de la Tierra a ofrecer
a Dios, como prenda de alianza, en canastillas de oro, los huesos y las cenizas
de los mártires.» Hermanos, si no se ven nuestros huesos nimbados con la
luz del martirio, que los reconozca Cristo en aquel día por el cumplimiento
austero de nuestro propio deber, como pertenecientes a la familia de los mártires,
para darnos con ellos una gloria inmortal. Así sea.
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