Lauros y palmas, de Amadeo Burdeos, sdb - Hispania Martyr

de hacerlo, ya que podían ser sorprendidos en medio del Santo Sacrificio. Se
consumieron las sagradas Formas para evitar posibles profanaciones y se entregó
a cada salesiano una cantidad en metálico para hacer frente a las primeras
necesidades, en el caso probable de que tuvieran que abandonar el colegio
precipitadamente.
El resto de la mañana transcurrió entre sobresaltos y agitación; se procuró
poner a buen recaudo lo más importante: los vasos sagrados fueron llevados
a casa de unos amigos, así como los ornamentos más preciosos, las máquinas
de escribir y los microscopios. Los libros más valiosos de la biblioteca fueron
igualmente depositados en casa de buenos vecinos. Al mediodía, la mayor parte
de la labor salvadora estaba realizada.
Mientras tanto, en la ciudad, las turbas, entregadas a sus instintos y excitadas
por unos desalmados, habían iniciado el saqueo de los templos. Fueron
devastadas las hermosas iglesias parroquiales de Santa María y San José,
además del templo de Santa Ana, de los Padres Escolapios.
A la gran tranquilidad del domingo había sucedido un frenesí desbordado.
En la ciudad todo eran gritos, carreras, blasfemias y amenazas. Por las calles
sólo se veían descamisados, mujerzuelas y mozalbetes, que las recorrían gritando,
cantando, puño en alto, y obligando a los escasos transeúntes a contestarles
de la misma manera.
De los diversos pueblos de la costa, especialmente de Badalona, acudían
camiones cargados de milicianos y milicianas, armados todos del modo más
pintoresco: pistolas, fusiles, cuchillos, hachas, garrotes.•• Atravesaban a marcha
lenta las calles de la ciudad cantando la Internacional y vitoreando a la F. A. I.
y a la C. N. T., mientras desahogaban su odio dando mueras al «fascismo
criminal».
Así, entre disparos, carreras y manifestaciones populares, transcurrió la
tarde, sin que nadie se hubiera dignado parar atención en nuestro colegio, debido
a su providencial aislamiento. Con todo, aquella noche, a excepción del
señor Director y del señor Prefecto, los Salesianos fueron todos a dormir a
las casas de amigos y bienhechores que les habían ofrecido hospitalidad.
A la mañana del martes todos volvieron al colegio, en donde no había ocurrido
novedad alguna. ¿Se habrían olvidado de él? No era de creer, pues el
edificio, magnífico y bien dotado, bien valía la pena de un concienzudo saqueo.
El señor Más, cocinero, preparó el desayuno que se tomó en la antesala
del señor Director, mientras se seguían con interés las noticias de Radio Barcelona.
Según ella, el Movimiento había sido sofocado en toda España y sólo
quedaban pequeños focos que no tardarían en ser reducidos. Por desgracia
el aparato, poco potente, no captaba las radios nacionales: tan sólo Sevilla
alimentaba, con la voz del General Queipo de Llano, el fuego sagrado de la
esperanza.
A eso de las once se radió la orden de incautación inmediata de todos los
edificios religiosos. Era un hecho: dentro de poco, los Salesianos se verían
abandonados en medio de la calle.
Atribulados por esta noticia, apenas se hicieron los honores a la excelente
comida que el señor Más había preparado aprovechando los mejores bocados
de la despensa.
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