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Lauros y palmas, de Amadeo Burdeos, sdb - Hispania Martyr

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lencia. Por aquellos días estaba en Cocentaína una prima suya, vecina <strong>de</strong> aquel<br />

pueblo, la cual le propuso hacer el viaje en su compañía, y una vez en el pueblo,<br />

estaría completamente seguro, ya que allí se había impuesto <strong>de</strong>s<strong>de</strong> un<br />

comienzo la gente <strong>de</strong> or<strong>de</strong>n, y no habían permitido <strong>de</strong>smanes ni a propios<br />

ni a extraños.<br />

Mas al fin don Alvaro rehusó esta solución, en parte para no comprometer<br />

a nadie y en parte también para evitar disgustos a sus ancianos padres, con los<br />

que tal vez tomaran represalias. Determinó, pues, presentarse a las autorida<strong>de</strong>s<br />

y ponerse en manos <strong>de</strong> la Provi<strong>de</strong>ncia.<br />

El día 26 <strong>de</strong> Septiembre —aún faltaban dos días para expirar el plazo—,<br />

mientras su madre había salido a hacer unas diligencias, se <strong>de</strong>tuvo frente a la<br />

casa un coche <strong>de</strong>l que <strong>de</strong>scendieron tres individuos los cuales, penetrando<br />

en casa, preguntaron por don Alvaro, y al presentarse éste le <strong>de</strong>tuvieron. No<br />

perdió la tranquilidad, y dominando la situación, pidió permiso para ir a buscar<br />

la americana, y al llegar a su habitación, <strong>de</strong>struyó algunas listas y papeles que<br />

podían perjudicarle.<br />

Mientras tanto, su madre había vuelto a casa, y al ver el auto a la puerta,<br />

intuyó la catástrofe. Una vecina oficiosa le comunicó que habían <strong>de</strong>tenido a su<br />

hijo y la anciana señora, terriblemente afectada por la noticia, cayó al suelo<br />

sin sentido.<br />

La subieron al piso entre varios vecinos, y no es para <strong>de</strong>scrita la escena<br />

que se <strong>de</strong>sarrolló entre el buen don Alvaro y su madre <strong>de</strong>svanecida. Cuando<br />

a fuerza <strong>de</strong> caricias consiguió volverla en sí, se abrazaron tiernamente. El<br />

espectáculo era tan conmovedor, que todos los presentes tenían lágrimas en los<br />

ojos. Uno -<strong>de</strong> los milicianos, para disimular su emoción, le dijo a don Alvaro:<br />

—Éste es vuestro amor a los padres. No servís más que para hacerlos<br />

sufrir.<br />

Mientras tanto el anciano padre, sentado en un rincón, sollozaba sin proferir<br />

palabra.<br />

Otro miliciano puso fin a esta penosa escena arrancando violentamente al<br />

hijo <strong>de</strong> los brazos <strong>de</strong> su madre. Antes <strong>de</strong> partir, don Alvaro se <strong>de</strong>sprendió <strong>de</strong><br />

los rosarios y <strong>de</strong> otros objetos que llevaba encima, <strong>de</strong>jándolos a su madre como<br />

recuerdo.<br />

Y mientras el auto arrancaba a toda velocidad hacia Alcoy, llevándose a<br />

una víctima inocente, en aquel hogar, antes tan feliz, ahora tan <strong>de</strong>sgraciado,<br />

quedaron otras dos víctimas no menos dignas <strong>de</strong> compasión: la anciana madre<br />

perdió la razón; el padre, a consecuencia <strong>de</strong> la emoción, quedó ciego.<br />

La zarpa <strong>de</strong> la bestia roja <strong>de</strong>jaba sus huellas por doquier.<br />

EN ALCOY<br />

Conducido a Alcoy, fue encerrado don Alvaro en el convento <strong>de</strong> las Esclavas,<br />

convertido en cárcel.<br />

El mismo día <strong>de</strong> su <strong>de</strong>tención su hermana, que vivía en Alcoy, había ido<br />

a Cocentaina para verle y abrazar a sus padres. Y se encontró con el triste<br />

espectáculo que ofrecían los dos ancianos inválidos y tan cruelmente heridos<br />

por la <strong>de</strong>sgracia acaecida.<br />

Consi<strong>de</strong>rando, con todo, más inminente el peligro que corría su hermano,<br />

<strong>de</strong>jó a sus atribulados padres al cuidado <strong>de</strong> otros parientes y ella se trasladó<br />

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