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Lauros y palmas, de Amadeo Burdeos, sdb - Hispania Martyr

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lentísimo señor General, hijo predilecto <strong>de</strong> Navarra y espejo <strong>de</strong> verda<strong>de</strong>ros<br />

caballeros cristianos.<br />

Azotaban por otra parte el éter nubes <strong>de</strong> mentiras lanzadas a granel por<br />

todas las radios <strong>de</strong> la Patria, por todas las radios <strong>de</strong>l mundo; pero zigzagueaban<br />

en esas nubes rayos <strong>de</strong> luz que nos <strong>de</strong>scubrían la más espantosa verdad.<br />

En la zona roja se <strong>de</strong>struían los templos <strong>de</strong> Dios; los incendios <strong>de</strong>l 31 no eran<br />

más que las primeras antorchas <strong>de</strong> la procesión más gigantesca y sacrilega que<br />

hayan visto los siglos; se ultrajaban las vírgenes <strong>de</strong>l Señor; jalonaban las<br />

carreteras montones <strong>de</strong> cadáveres <strong>de</strong> los mejores hijos <strong>de</strong> la Iglesia y <strong>de</strong> la<br />

Patria; se daba caza al sacerdote y al religioso como a las alimañas <strong>de</strong>l bosque.<br />

Era la guerra a Dios,<br />

La Iglesia quedó sorprendida. Ella no había preparado el Movimiento; ella<br />

estaba al margen <strong>de</strong> su estallido cercano. Es verdad que se mascaba el aire<br />

<strong>de</strong> guerra, es verdad que el ambiente nacional era irrespirable, es verdad que la<br />

amenaza y el ultraje saltaba al hogar <strong>de</strong> las personas <strong>de</strong> bien y que se presentaba<br />

retadora en cada calle; pero la Iglesia seguía tranquila en su largo viacrucis,<br />

iluminando las almas, siempre dispuesta a apurar hasta las heces el<br />

cáliz <strong>de</strong> amargura que le ofrecía en su agonía espantosa el ángel <strong>de</strong> España.<br />

Me sorprendieron los primeros días <strong>de</strong>l Alzamiento Nacional convaleciente<br />

<strong>de</strong> una seria enfermedad. El cariño <strong>de</strong> los que me ro<strong>de</strong>aban procuró ahorrarme<br />

toda impresión <strong>de</strong> dolor y <strong>de</strong> tristeza; pero un día advertí una marcada señal<br />

<strong>de</strong> inteligencia en mis hermanos e inquirí con viveza la causa. Me respondieron<br />

dos sollozos. «Los rojos han asesinado en Valencia a don José Calasanz.»<br />

Callé, recogí mi espíritu, recé breve oración, elevé los ojos al cielo y<br />

dije: «Feliz <strong>de</strong> él.»<br />

La guerra se hizo larga, y su largura acució nuestras ansias por saber la<br />

suerte <strong>de</strong> los otros hermanos.<br />

¡Valencia, tierra <strong>de</strong> fertilidad, <strong>de</strong> belleza, <strong>de</strong> pasión, <strong>de</strong> piedad, <strong>de</strong> Eucaristía;<br />

tierra <strong>de</strong> santos, <strong>de</strong> misioneros y <strong>de</strong>l Mártir Vicente; nunca se podrán repetir<br />

<strong>de</strong> ti con más razón las palabras <strong>de</strong>l romancero: «Valencia, Valencia,<br />

muchos quebrantos vinieron sobre ti.» Pero sobre todos tus quebrantos flota,<br />

como una estrella en el mar <strong>de</strong>l firmamento, la corona inmarcesible y refulgente<br />

<strong>de</strong> tus mártires.<br />

Dios ha querido escribir con la sangre <strong>de</strong> una pléya<strong>de</strong> <strong>de</strong> tus mejores hijos<br />

el otro Peristephanon tan gran<strong>de</strong> y glorioso como el que escribieron Pru<strong>de</strong>ncio<br />

y Fortunato. Dios ha querido miniar con un trazo purpúreo una <strong>de</strong> las páginas<br />

más bellas <strong>de</strong> la Historia <strong>de</strong> la Iglesia.<br />

A muchas jornadas <strong>de</strong> lejanía te contemplábamos subir ja<strong>de</strong>ante la montaña<br />

<strong>de</strong> tu dolor, y vibrábamos con tus penas y tus glorias.<br />

Vibraba sobre todo tu santo Arzobispo, a quien si no dio el Señor el martirio<br />

instantáneo <strong>de</strong> la sangre, le dio el largo martirio <strong>de</strong>l espíritu: en la angustia<br />

torturadora <strong>de</strong> todos los rumores, en las lágrimas <strong>de</strong> todas las tristezas, no<br />

teniendo la suerte <strong>de</strong> morir con sus hijos ni <strong>de</strong> po<strong>de</strong>rlos consolar con su presencia,<br />

elevando <strong>de</strong> continuo los brazos a Dios, como otro Moisés, para que Él<br />

sostuviera el valor <strong>de</strong> los que luchaban en la arena y abreviara los días tremendos<br />

<strong>de</strong> la prueba.<br />

El Señor ha dispuesto conce<strong>de</strong>rle una vigorosa ancianidad para que le<br />

ro<strong>de</strong>en con mayor cariño los hijos y hermanos <strong>de</strong> los Mártires y se le ofrezcan<br />

<strong>de</strong>cididos a ser, no sólo buenos cristianos, sino verda<strong>de</strong>ros apóstoles, que a<br />

tanto nos obliga la nobleza <strong>de</strong> los muertos.<br />

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