Lauros y palmas, de Amadeo Burdeos, sdb - Hispania Martyr

La guerra de liberación de España terminó hace un año. Seis de los once
mártires Salesianos de Valencia han podido ser hallados, y la multitud espera
la llegada de los restos gloriosos para rendirles homenaje. Expectación y tristeza
en los rostros de los concurrentes; la mayoría de ellos se han formado
en las Escuelas Salesianas y conocieron a los que esperan. Para dar mayor
realce al acto, han llegado los tres Provinciales de España y los Directores de
las Casas de la Provincia Tarraconense. Todo es poco. El Consejo Superior
de la Congregación ha de estar también representado, y acaban de llegar a
Valencia el Prefecto General don Pedro Berruti y el Consejero Escolástico,
don Renato Ziggiotti, que desde la estación vienen directamente a Serranos
para presidir la ceremonia. Llegan los féretros, que son tomados a hombros
por los Antiguos Alumnos valencianos; con ellos se disputan tal honor grupos
de ex alumnos catalanes y alicantinos venidos ex profeso.
Se organiza el cortejo fúnebre. Al frente, el signo del Crucificado; los niños
de las Escuelas Salesianas; coronas. Salen los féretros con filas de ex alumnos
a ambos lados, impacientes por relevar a los que a hombros llevan la preciosa
carga. Detrás la Presidencia, formada por las jerarquías de la Congregación
Salesiana, Centro de Don Bosco con su bandera al frente, masa de ex alumnos
y muchedumbre de la barriada y de Valencia toda.
Hora crepuscular. La circulación urbana paralizada. El cortejo cruza el río
y se interna en la larga calle de Sagunto. Espectáculo indescriptible. Millares
de colgaduras blancas con crespones en todas las casas. Enorme multitud
forma línea compacta a ambos lados de la calle y hasta el Colegio Salesiano.
Al paso de los féretros, súplicas fervientes. No son raras las lágrimas silenciosas.
La angostura de la calle de Sagunto contribuye a dar al desfile tonos de
estampa medieval. Gravedad en los rostros, unción religiosa, emoción en las
almas. Silencio absoluto, impresionante, en los labios, en los corazones. Sólo
lo turba el plañidero tañido de las campanas de las torres de Santa Mónica
y de San Antpnio Abad. Se presiente sobre la multitud la mirada, desde lo
alto, de los Mártires, mientras sus cuerpos avanzan ya casi en penumbra.
Por fin llega el cortejo a la iglesia de San Antonio. Allí aguarda, en la
puerta, el Obispo Salesiano, don Marcelino Olaechea. Ha dejado su Sede
de Pamplona para tributar el postumo homenaje a sus Hermanos.
En la capilla ardiente, crucero de la iglesia, frente a la imagen de María
Auxiliadora, son colocados los féretros. El señor Obispo entona un responso.
El Padre Provincial de la Tarraconense pronuncia breves palabras, pues la
emoción no le permite más. Los Antiguos Alumnos organizan los turnos de
la vela hasta las diez de la mañana siguiente. Nadie quiere negar este último
tributo y los turnos resultan nutridos. Noche de meditación y de desagravio.
Y entramos en el día 7 de Abril. Valencia está saturada ese día de ambiente
salesiano. El señor Director de esta Casa pronunció la noche anterior, desde
Radio Valencia, una vibrante alocución dirigida al pueblo valenciano, recordando
la labor realizada por los Salesianos, e invitándole a los actos del entierro
y de la colocación de la primera piedra del nuevo colegio que se va a levantar
en la populosa barriada de Ruzafa.
Valencia responde. La iglesia de San Antonio sólo puede dar cabida a una
mínima parte de los que acuden a ella; los demás se quedan en la calle, conformándose
con asistir al entierro; entre ellos muchos Antiguos Alumnos que,
por deferencia, han cedido sus puestos a invitados y cooperadores.
426