Lauros y palmas, de Amadeo Burdeos, sdb - Hispania Martyr
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situación, y preguntando a los mismos milicianos, tomamos el tranvía que había<br />
<strong>de</strong> conducirnos a Torrente.<br />
Llegado al pueblo, el tranvía se <strong>de</strong>tuvo en medio <strong>de</strong> la plaza, última parada,<br />
en don<strong>de</strong> subió un miliciano armado a revisar la documentación <strong>de</strong> los<br />
pasajeros. Pasamos momentos <strong>de</strong> verda<strong>de</strong>ra angustia. Por fortuna, parece que<br />
le tranquilizó nuestro aspecto, ya que <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> echar un vistazo por el coche<br />
nos permitió bajar.<br />
Se trataba ahora <strong>de</strong> buscar los domicilios <strong>de</strong> las personas conocidas <strong>de</strong> don<br />
Pedro, el cual ignoraba la dirección exacta; así es que, para no llamar la atención,<br />
nos separamos, caminando a cierta distancia uno <strong>de</strong> otro. Yo le seguía<br />
mordisqueando un trozo <strong>de</strong> pan.<br />
Por fin preguntó a una mujer que le inspiró confianza por el domicilio <strong>de</strong>l<br />
estanquero Fernán<strong>de</strong>z, que había tenido tres hijos en nuestro colegio. La buena<br />
mujer le guió hasta el lugar indicado, en don<strong>de</strong> penetramos con la excusa<br />
<strong>de</strong> comprar tabaco.<br />
Don Pedro se dio a conocer y la señora le acogió solícita y amable, ofreciéndonos<br />
su casa, si bien nos advirtió que su esposo se hallaba <strong>de</strong>tenido en su<br />
propio domicilio, y que era inminente un registro para buscar las armas que se<br />
<strong>de</strong>cía tenía escondidas. En efecto, el registro se hizo unos días <strong>de</strong>spués.<br />
Para no comprometerlos más <strong>de</strong> lo que estaban, ni comprometernos a nosotros<br />
mismos metiéndonos en la ratonera, agra<strong>de</strong>cimos <strong>de</strong> corazón su ofrecimiento,<br />
pero lo rehusamos. Con todo, no pudimos negarnos a la amable invitación<br />
que nos hizo <strong>de</strong> comer, lo cual le daría tiempo para buscarnos un sitio<br />
seguro en don<strong>de</strong> refugiarnos.<br />
Salió, pues, la señora Milagros, y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> mucho rato, volvió diciéndonos<br />
que había hecho muchísimas gestiones, pero todas infructuosas, pues nadie<br />
estaba dispuesto a aceptar tan grave compromiso, que traía terribles consecuencias,<br />
tanto para los escondidos, como para sus bienhechores.<br />
Viendo don Pedro el feo cariz que iban tomando los acontecimientos, un<br />
poco nervioso, resolvió la cuestión diciendo:<br />
—Lo mejor será que nos marchemos a Almácera —pueblecito cerca <strong>de</strong> Meliana—.<br />
Allí conozco a una familia que vive en el campo, y tendremos un refugio<br />
seguro.<br />
Y aquí se echa <strong>de</strong> ver cuan cierto es aquello <strong>de</strong> que «el hombre se mueve<br />
y Dios le conduce según sus particulares fines»; porque yo, que hasta entonces<br />
siempre le había dicho: Don<strong>de</strong> tú vayas, iré yo; en aquellos momentos le contesté<br />
resueltamente:<br />
•—Pues yo no me muevo <strong>de</strong> aquí. Si no encuentro hoy un sitio don<strong>de</strong> albergarme,<br />
mañana me presentó al Comité a que me dé trabajo.<br />
Y así fue como nos separamos. Después <strong>de</strong> comer, él se fue a Almácera<br />
y yo me quedé en Torrente, esperando que la señora Milagros tuviera más<br />
suerte en las gestiones que realizara por la tar<strong>de</strong>.»<br />
Éstas tuvieron éxito y don Fi<strong>de</strong>l pudo encontrar un refugio i<strong>de</strong>al en el domicilio<br />
<strong>de</strong> don Olegario Silla y doña María Andréu, en don<strong>de</strong> estuvo escondido<br />
hasta el final <strong>de</strong>l Movimiento, sin salir para nada <strong>de</strong> aquella casa ni <strong>de</strong>jarse<br />
ver <strong>de</strong> nadie; mientras que don Pedro, queriendo evitar un peligro, iba,<br />
sin saberlo, en busca <strong>de</strong> la muerte.<br />
Volvió, pues, a Valencia y <strong>de</strong> allí se dirigió a Almácera, encontrando franca<br />
y generosa acogida en la masía <strong>de</strong> don Agustín Roig, don<strong>de</strong> permaneció escondido<br />
durante unos veinte días.<br />
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