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Lauros y palmas, de Amadeo Burdeos, sdb - Hispania Martyr

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Con esto puso fin a la conversación y empezaron a tratar <strong>de</strong> conce<strong>de</strong>rnos<br />

el salvoconducto. La mayoría <strong>de</strong>l Comité, ganados por el Padre Calasanz, eran<br />

partidarios <strong>de</strong> que se nos concediera; tan sólo unos pocos se oponían. Después<br />

<strong>de</strong> largas discusiones acordaron concedérnoslo a fin <strong>de</strong> que pudiéramos continuar<br />

nuestro viaje.<br />

El principal adversario <strong>de</strong> la concesión <strong>de</strong>l salvoconducto era un jovenzuelo<br />

malcarado bizco, el cual apoyaba su negativa con este argumento:<br />

—Si fueran ellos los que mandaran, ya nos habrían aplicado la ley <strong>de</strong><br />

fugas.<br />

Y salió <strong>de</strong>spechado, yendo a juntarse con un grupo <strong>de</strong> compinches que le<br />

esperaban a la puerta.<br />

Mientras tanto nosotros, con nuestros flamantes salvoconductos, salimos<br />

dispuestos a reanudar nuestro viaje.<br />

El señor Inspector y don Recaredo, que habían <strong>de</strong> tomar el tren, se dirigieron<br />

a buen paso hacia la estación, pues faltaba poco para la hora <strong>de</strong> la partida.<br />

Nosotros nos quedamos algo rezagados.<br />

A poco nos alcanza; un grupo <strong>de</strong> milicianos, capitaneados por el sujeto<br />

bizco arriba mencionado, y nos <strong>de</strong>tienen. Otros aprietan el paso para alcanzar<br />

a don José Calasanz y a don Recaredo. Como el tren estaba ya a la vista y<br />

a punto <strong>de</strong> entrar en agujas, para no per<strong>de</strong>rlo, echaron a correr y entonces<br />

sus perseguidores a gran<strong>de</strong>s voces los obligaron a <strong>de</strong>tenerse, amenazándolos<br />

con sus fusiles. Cuando los alcanzaron, don Recaredo les enseñó el salvoconducto<br />

que acababan <strong>de</strong> conce<strong>de</strong>rles, y que los autorizaba a marchar libremente;<br />

pero ellos, prorrumpiendo en carcajadas, se apo<strong>de</strong>raron <strong>de</strong> los documentos y<br />

los hicieron pedazos.<br />

Luego, todos juntos, volvimos al pueblo. El local <strong>de</strong>l Comité estaba cerrado.<br />

A la puerta esperaba una camioneta. Nos obligaron a subir a ella diciendo que<br />

«nos iban a dar un paseíto».<br />

Subió primero don Agustín García, el cual dio la mano al Padre Calasanz,<br />

a quien ayudamos <strong>de</strong>s<strong>de</strong> abajo don Recaredo y yo. El último en subir fue don<br />

Recaredo, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> ayudarme a subir a mí.<br />

Los milicianos también subieron, sentándose unos a horcajadas sobre la<br />

caja <strong>de</strong> la camioneta; otros encontraron sitio en el interior. Todos iban provistos<br />

<strong>de</strong> armas largas.<br />

Yo me senté en un neumático que había al fondo <strong>de</strong> la camioneta. El Padre<br />

Calasanz no quiso sentarse, y apoyando sus manos sobre mis hombros para<br />

no caer, prefirió ir <strong>de</strong> pie. Don Recaredo y don Agustín, dada la estrechez <strong>de</strong>l<br />

sitio, iban medio sentados, medio arrodillados.<br />

Se puso en marcha el camión camino <strong>de</strong> Valencia. Frente al señor Inspector<br />

iba el mozalbete procaz y blasfemo que no <strong>de</strong>jaba <strong>de</strong> encañonarle con su<br />

fusil. En más <strong>de</strong> una ocasión hube <strong>de</strong> agacharme para evitar que el cañón <strong>de</strong>l<br />

arma, a causa <strong>de</strong> los continuos vaivenes <strong>de</strong>l vehículo me lastimara en la cabeza.<br />

Cada vez que esto ocurría yo le rogaba que apartara el arma o la dirigiera o<br />

otra parte porque podía dispararse.<br />

Él reía... con una risa que helaba el alma, y seguía igual, diciendo que no<br />

me preocupara.<br />

En todo el viaje no cambiamos una sola palabra entre nosotros. Todos<br />

íbamos embebidos en nuestros propios pensamientos. Si se cruzaban nuestras<br />

miradas, podíamos comprobar que nuestra mente estaba ocupada en lo mismo:<br />

la oración:<br />

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