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Lauros y palmas, de Amadeo Burdeos, sdb - Hispania Martyr

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gación <strong>de</strong> las Hermanas, recobró pronto la salud; pero las recientes impresiones,<br />

tan violentas, iban minando <strong>de</strong> nuevo su cerebro y volvía a apo<strong>de</strong>rarse<br />

<strong>de</strong> ella la <strong>de</strong>mencia. Sólo el pensamiento <strong>de</strong> rescatar los cadáveres <strong>de</strong> sus<br />

hijos y <strong>de</strong> su esposo la sostenían milagrosamente, sin comer, sin dormir...<br />

Por fin pasó aquella noche interminable. Al llegar el día aprovechó un <strong>de</strong>scuido<br />

<strong>de</strong>l or<strong>de</strong>nanza para escapar hacia su casa. Preguntó a los vecinos si<br />

tenían alguna noticia; pero todos esquivaban la respuesta. Algunos <strong>de</strong> ellos<br />

habían visto los cadáveres, pero no se atrevían a <strong>de</strong>círselo por temor a agravar<br />

el estado en que se encontraba aquella madre <strong>de</strong>sesperada.<br />

Alguien le insinuó que podía ir al Hospital Clínico, en don<strong>de</strong> se solían<br />

exponer los cadáveres <strong>de</strong> los asesinados, antes <strong>de</strong> darles sepultura. Y allí se<br />

dirigió sin pérdida <strong>de</strong> tiempo. Al verla en aquel estado <strong>de</strong> excitación, no la<br />

querían <strong>de</strong>jar pasar; pero tanto suplicó, que al fin logró conmover al or<strong>de</strong>nanza.<br />

En el momento en que iba a entrar, se <strong>de</strong>tuvo a la puerta un camión <strong>de</strong>l<br />

cual empezaron a <strong>de</strong>scargar cadáveres. Era la diaria cosecha que las patrullas<br />

abandonaban durante la noche en las cunetas <strong>de</strong> las carreteras y que iban a<br />

recoger por las mañanas las ambulancias, y a falta <strong>de</strong> ellas, los camiones.<br />

La pobre mujer se <strong>de</strong>tuvo para ver si entre aquellos cadáveres estaban los<br />

<strong>de</strong> sus hijos y esposo. Los veía <strong>de</strong>scargar —son sus palabras—como si fueran<br />

sacos <strong>de</strong> patatas. La sangre, aún fresca, corría por el suelo. El hedor era insoportable;<br />

pero más aún lo era la vista <strong>de</strong> aquellos cuerpos horriblemente <strong>de</strong>sfigurados<br />

por la vesania <strong>de</strong> sus verdugos y cubiertos <strong>de</strong> sangre.<br />

Los suyos no venían en aquella camioneta...<br />

Penetró resueltamente en el <strong>de</strong>pósito. Allí, hacinados sobre las mesas <strong>de</strong><br />

operaciones, en el suelo, en todas partes, en todas las posturas imaginables<br />

ve veían muchos cadáveres. Ella los iba examinando uno por uno, pero no encontraba<br />

los que buscaba.<br />

Por fin, en un rincón observó que había varios ataú<strong>de</strong>s <strong>de</strong> pino sin forrar.<br />

Suplicó a uno <strong>de</strong> los empleados que los abriera para ver si encerraban a los<br />

que ella buscaba. El empleado la complació a regañadientes y entonces, ante<br />

los ojos atónitos <strong>de</strong> aquella madre ¿olorosa, fueron apareciendo sucesivamente<br />

los queridos restos <strong>de</strong> su esposo y <strong>de</strong> sus dos hijos. Desfigurados, cubiertos<br />

<strong>de</strong> sangre, con los vestidos en <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n, semi<strong>de</strong>snudos...<br />

La inmensidad <strong>de</strong> su dolor la dotaba <strong>de</strong> una energía sobrehumana. No<br />

podía llorar. Parecía tranquila. Ni un grito, ni una exclamación. Se arrodilló,<br />

y primero con un pañuelo, luego con su manto, fue limpiando la sangre que<br />

cubría los rostros queridos, y <strong>de</strong>positando en ellos el último beso. Luego les<br />

arregló los vestidos.<br />

Era el 27 <strong>de</strong> Agosto; hacía dos días que estaban allí e iban a ser enterrados<br />

en la fosa común. Al enterarse <strong>de</strong> ello, suplicó que le permitieran hacer<br />

el entierro a sus expensas. Encargó tres ataú<strong>de</strong>s <strong>de</strong>centes; hizo venir tres coches<br />

<strong>de</strong> la funeraria y una vez arreglado todo, ella sola, a pie, fue siguiendo<br />

el fúnebre cortejo hasta el cementerio <strong>de</strong> Sans, en don<strong>de</strong> <strong>de</strong>positó los sagrados<br />

restos <strong>de</strong> sus Mártires en sendos nichos que había mandado reservar.<br />

Cumpliendo este último piadoso <strong>de</strong>ber, como si sus fuerzas físicas y mentales<br />

hubiesen llegado a su límite, cayó en un estado <strong>de</strong> inconsciencia y <strong>de</strong>bilidad<br />

tal, que la condujo a las puertas <strong>de</strong> la muerte. Gracias a la caridad<br />

<strong>de</strong> algunas personas compasivas, pudo encontrar asilo y ayuda durante el<br />

dominio rojo.<br />

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