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Scherzo. Núm. 17

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Mompou con la partitura de Primeros Pasos, con texto de Clara Janes.<br />

bien desde el momento en que descubrió su vocación de<br />

compositor, entendió que su obra se orientaría a alcanzar<br />

el máximo de expresión con el mínimo de medios. Por<br />

ello pasaron dos años hasta que consideró válida una obra,<br />

y no se trataba, desde luego, de un balbuceo. El camino<br />

emprendido era el que seguiría hasta el final y no tardaría<br />

en verse coronado por el éxito.<br />

Cuando Federico Mompou irrumpe en el panorama<br />

musical europeo —y digo europeo, pues es en París donde<br />

esto sucede, gracias a su maestro Ferdinand Motte-<br />

Lacroix— cuenta veintiocho años. Hasta entonces el fruto<br />

de su labor callada lo conoce sólo un público mínimo:<br />

una de sus obras está publicada, Cants mágics, y alguna<br />

otra se ha interpretado en conciertos de carácter casi privado.<br />

En 1921, sin embargo, tras el llevado a cabo por<br />

Motte-Lacroix en la Sala Erard, donde interpreta Cuatro<br />

canciones catalanas, Escenas de niños y Cants mágics,<br />

Mompou salta a las páginas del periódico Le Temps como<br />

la última revelación en el terreno de la música. Es el<br />

crítico Emile Vuillermoz quien allí define su importancia<br />

de este modo: «He aquí un músico de calidad. Uno de<br />

esos artistas raros que transforman todo lo que tocan y<br />

sacan sortilegios y evocaciones mágicas de los elementos<br />

musicales más sencillos y más usuales». «Mompou es un<br />

poeta del piano», instrumento al que se vincula, dice, «con<br />

delicadeza, modestamente, pero de un modo que dos o<br />

tres notas ofrecen inmediatamente el carácter de un hallazgo».<br />

«¿Habíais sospechado su existencia secreta en ese<br />

teclado, del cual podemos enorgullecemos de conocer todos<br />

los tesoros después de los descubrimientos y los inventarios<br />

minuciosos y complejos de un Chopin, de un<br />

Liszt, de un Debussy y de un Ravel?».<br />

La línea y la altura quedan, pues, definidas públicamente<br />

desde el primer momento: Mompou se vincula al piano<br />

y es comparable a Chopin, Liszt, Debussy y Ravel;<br />

Mompou entra así a formar parte del mundo musical parisino<br />

como un igual a Prokofiev, a Bela Bartok o a Stravinsky,<br />

que también frecuentan los salones de la capital<br />

francesa. Y si Falla estrena el Retablo de Maese Pedro<br />

en el de la princesa de Polignac, él toca en casa de Rothschild,<br />

o de los príncipes Bassiano de Gaetani. La proyección<br />

de su obra pasa desde ahí con naturalidad a<br />

alcanzar un ámbito universal.<br />

Pero Mompou, cuya creación se vincula, desde luego,<br />

por un lado con la música francesa —no olvidemos que<br />

su vocación se le revela al escuchar el Quinteto opus 89<br />

para cuerda y piano de Gabriel Fauré— es por esencia un<br />

músico catalán. Junto a la forma oculta, la envoltura elaborada,<br />

la compleja armonía tan moderna de su obra, hay<br />

que considerar la raíz y el.lugar donde ésta se asienta, que<br />

en su caso hace verdaderas las palabras de Jean Aubry:<br />

«La música es la flor de la misma tierra; por humilde que<br />

pueda ser, tanto más se apoya en el suelo nutricio, y por<br />

muy grande que sea, es de allí de donde bebe la savia más<br />

fecunda». Esta savia, que ha alimentado a Mompou desde<br />

su infancia, la constituye desde el folklore de Cataluña<br />

—que vive por entonces una etapa de esplendor:<br />

concursos, bailes de sardanas, conciertos de Ofeó Catalá,<br />

publicación de cancioneros— hasta los simples gritos<br />

de vendedores ambulantes.<br />

La importancia de este hecho se detecta no sólo en aquellas<br />

composiciones basadas directamente en el folklore catalán,<br />

como las 14 Canciones y Danzas, sino en toda su<br />

obra, ya refleje la esencia y la atmósfera del paisaje rural<br />

<strong>Scherzo</strong> 25

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