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como en Armida de Rossíni. Por abajo, alcanzaba el la<br />
bemol grave en la segunda octava. Un ejemplo de esta extensión<br />
lo encontramos en su memorable recital Lírico y<br />
coloralura que en 1954 grabó con la Orquesta Filarmonía<br />
y Tulüo Serafín: en el Bolero de Las vísperas sicilianas,<br />
la voz va del la 2 al mi 5, y en la Cavatina del Barbero se<br />
toca el sol sostenido grave. Pero es bien sabido que este<br />
tipo de voces pierden en calidad y uniformidad de timbre<br />
lo que ganan en extensión. El reproche ya se le formuló<br />
a la Pasta, a la Malibrán, a Jenny Lind y a otras grandes<br />
del pasado. La Callas acusaba los pasos de registro, especialmente<br />
el inferior, situado en (orno al fa o sol 3. Por<br />
debajo de esas notas no dudaba en reforzar el sonido recurriendo<br />
a inflexiones de pecho, idóneas para los fines<br />
expresivos de la cantante (escúchese, por ejemplo, el final<br />
de su Suicidio en la grabación de Gioconda, realizada en<br />
1952) pero muy peligrosas para la estabilidad vocal, además<br />
de ser estéticamente discutibles. En el centro, y hasta<br />
el si bemol agudo, la voz se emitía canónicamente, de modo<br />
clásico, buscando la resonancia en la máscara (senos frontales<br />
y paranasales), pero ello no eliminaba una cierta guturalidad<br />
y la sonoridad carecía de la belleza intrínseca<br />
de Tebaldi o Leontyne Price. El registro sobreagudo era<br />
extenso, muy vibrante y timbrado, rico en squillo, pero a<br />
veces podía resultar agrio o. inestable, afectado de trémolo.<br />
Buena parte de estos defectos o irregularidades se esfumaban<br />
como por arte de magia cuando la Callas<br />
renunciaba a la emisión de fuerza en favor de una más<br />
suave o aflautada que se puede apreciar, por ejemplo, en<br />
sus grabaciones de La Sonámbula de Bellini, especialmente<br />
en la dirigida por Bernstein en La Scala.<br />
Pero lo más notable del timbre de la Callas era su capacidad<br />
para adquirir diferentes colores y metamorfosear-<br />
Lucia di Lammermoor. Scala 1952<br />
54 <strong>Scherzo</strong><br />
DOSIER<br />
se, en un admirable proceso de adaptación al personaje<br />
cantado. María era capaz de aniñar la voz para idealizar<br />
a Amina, Butterfly o Gilda; o la reducía apenas a un hálito<br />
en la locura de Lucía o en los últimos Actos de Traviata<br />
o Ana Bolena; pero también podía ser la acerada<br />
Medea; la siniestra Lady Macbeth, de voz oscura; la vengativa<br />
Abigaíl o la imponente Gioconda. En esta cualidad,<br />
la Callas sólo ha tenido un precedente en nuestro<br />
siglo, Feodor Chaliapin, y ninguna continuadora. La fusión<br />
de este timbre proteico con una presencia escénica sensacional,<br />
hicieron de las creaciones teatrales de la Callas<br />
algo único, de lo que, desgraciadamente, apenas dan idea<br />
los no muy numerosos videos existentes.<br />
3. La técnica<br />
Separar voz y técnica, es decir, deslindar entre los dones<br />
naturales de un cantante y lo que'éste ha adquirido<br />
con estudio y esfuerzo es, por lo menos, arbitrario. No obstante,<br />
para un análisis detallado resulta útil, por lo que<br />
es práctica habitual que aquí adoptamos.<br />
Durante los años 1939-1945 de formación de María Callas,<br />
su maestra Elvira de Hidalgo trabajó intensamente<br />
sobre el material de partida de la joven que, con seguridad,<br />
no era bello pero sí importante. La Hidalgo, heredera<br />
de la gran escuela vocal del siglo pasado, sabía que una<br />
voz bien timbrada y dramática como la de su discípula,<br />
hay que flexibi liza ría entrenándola en un repertorio más<br />
ligero que el que en teoría le corresponde; idealmente, el<br />
más pesado nunca se debiera abordar antes de los treinta<br />
años. Por su parte, la propia Callas estaba ansiosa por dominar<br />
su pasta vocal rebelde, aceitosa, según ella misma<br />
Macbeth. Scala 1952