Arturo y Carlota Pérez-Reverte El Capitán Alatriste - allsalvador2009
Arturo y Carlota Pérez-Reverte El Capitán Alatriste - allsalvador2009
Arturo y Carlota Pérez-Reverte El Capitán Alatriste - allsalvador2009
You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
–Puede ser.<br />
¿Conoce la casa de las Siete Chimeneas?<br />
–Quizás.<br />
–¿Nos guiaría hasta allí?<br />
–No.<br />
–¿Iría a llevar un mensaje nuestro?<br />
–Ni lo soñéis.<br />
Aquel fulano debía de haberlo tomado por imbécil. Era justo lo que faltaba: ir a meterse<br />
en la boca del lobo, poniendo sobre aviso al embajador inglés y a sus criados. La<br />
curiosidad mató al gato, se dijo mientras echaba un vistazo inquieto alrededor. Se<br />
repitió que ya iba siendo ocasión de cuidar el pellejo que, sin duda, más de uno estaría<br />
dispuesto a agujerearle a aquellas horas. Era tiempo de ocuparse de sí mismo; de modo<br />
que hizo ademán de terminar la conversación. Pero el inglés aún lo retuvo un instante.<br />
–¿Conoce vuestra merced algún lugar cercano donde podamos encontrar ayuda?... ¿O<br />
descansar un poco?<br />
Iba a negar Diego <strong>Alatriste</strong> por última vez, antes de desaparecer entre las sombras,<br />
cuando una idea cruzó su pensamiento con el fulgor de un relámpago. Él mismo no<br />
tenía donde guarecerse, pues el italiano y más gente provista por los enmascarados y el<br />
padre Bocanegra podía ir a buscarlo a su casa de la calle del Arcabuz, donde a esas<br />
horas yo dormía como un bendito. Pero a mí nadie iba a hacerme daño; y a él, sin<br />
embargo, le rebanarían el gaznate antes de que tuviera tiempo de echar mano a la<br />
blanca. Había una oportunidad de conseguir resguardo aquella noche y ayuda para lo<br />
que estuviera por venir; y al mismo, tiempo socorrer a los ingleses, averiguando más<br />
sobre ellos y sobre quienes con tanto afán procuraban su despacho para el otro mundo.<br />
Esa carta en la manga, de la que Diego <strong>Alatriste</strong> procuraba no usar en exceso jamás, se<br />
llamaba Álvaro de la Marca, conde de Guadalmedina. Y su casa palacio estaba a cien<br />
pasos de allí.<br />
–Te has metido en un buen lío.<br />
Álvaro Luis Gonzaga de la Marca y Álvarez de Sidonia, conde de Guadalmedina, era<br />
apuesto, elegante, y tan rico que podía perder en una sola noche 10.000 ducados en el<br />
juego o con una de sus queridas sin alzar siquiera una ceja. Por la época de la aventura<br />
de los dos ingleses debía de tener treinta y tres o treinta y cuatro años, y se hallaba en la<br />
flor de la vida. Hijo del viejo conde de Guadalmedina –Don Fernando Gonzaga de la<br />
Marca, héroe de las campañas de Flandes en tiempos del gran Felipe II y de su sucesor<br />
Felipe III–, Álvaro de la Marca había heredado de su progenitor una grandeza de<br />
España, y podía estar cubierto en presencia del joven monarca, el Cuarto Felipe, que le<br />
dispensaba su amistad; y a quien, se decía, acompañaba en nocturnos lances amorosos<br />
con actrices y damas de baja estofa, a las que uno y otro eran aficionados. Soltero,<br />
mujeriego, cortesano, culto, algo poeta, galante y seductor, Guadalmedina había<br />
comprado al Rey el cargo de correo mayor tras la escandalosa y reciente muerte del<br />
anterior beneficiario, el conde de Villamediana: un punto de cuidado, asesinado por<br />
asunto de faldas, o de celos. En aquella España corrupta donde todo estaba en venta,<br />
desde la dignidad eclesiástica a los empleos más lucrativos del Estado, el título y los<br />
beneficios de correo mayor acrecentaban la fortuna e influencia de Guadalmedina en la<br />
Corte; una influencia que además se veía prestigiada por un breve pero brillante<br />
historial militar de juventud, desde que con veintipocos años había formado parte del<br />
estado mayor del duque de Osuna, peleando contra los venecianos y contra el turco a<br />
bordo de las galeras españolas de Nápoles. De aquellos tiempos, precisamente, databa<br />
su conocimiento de Diego <strong>Alatriste</strong>.<br />
–Un lío endiablado –repitió Guadalmedina.