Arturo y Carlota Pérez-Reverte El Capitán Alatriste - allsalvador2009
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Alzó el valido una mano autoritaria. <strong>Alatriste</strong>, que los observaba, habría jurado que<br />
Olivares parecía disfrutar con todo aquello.<br />
–Debéis.<br />
Ya eran cuatro las veces que Alquézar tragaba saliva, aclarándose la garganta. Esta vez<br />
lo hizo ruidosamente.<br />
–Siempre estoy a las órdenes de vuestra Grandeza –su tez pasaba de la extrema palidez<br />
al enrojecimiento súbito, cual si experimentase accesos de frío y de calor–. Lo que<br />
puedo imaginar sobre esa segunda conspiración...<br />
–Procurad imaginarlo con todo detalle, os lo ruego.<br />
–Por supuesto, Excelencia –los ojos de Alquézar seguían escudriñando inútilmente los<br />
papeles del ministro; sin duda su instinto de funcionario lo impulsaba a buscar en ellos<br />
la explicación a lo que estaba ocurriendo–... Os decía que cuanto puedo imaginar, o<br />
suponer, es que ciertos intereses se cruzaron en el camino. La Iglesia, por ejemplo...<br />
–La Iglesia es muy amplia. ¿Os referís a alguien en particular?<br />
–Bueno. Hay quienes tienen poder terrenal, además del eclesiástico. Y ven con malos<br />
ojos que un hereje...<br />
–Ya veo –cortó el ministro–. Os referís a santos varones como fray Emilio Bocanegra,<br />
por ejemplo. <strong>Alatriste</strong> vio cómo el secretario del Rey reprimía un sobresalto.<br />
–Yo no he citado a su Paternidad –dijo Alquézar, recobrando la sangre fría– pero ya que<br />
vuestra Grandeza se digna mencionarlo, diré que sí. Me refiero a que tal vez, en efecto,<br />
fray Emilio sea de quienes no ven con agrado una alianza con Inglaterra.<br />
–Me sorprende que no hayáis acudido a consultarme, si abrigabais semejantes<br />
sospechas.<br />
Suspiró el secretario, aventurando una discreta sonrisa conciliadora. A medida que se<br />
prolongaba la conversación y sabía a qué tono atenerse, parecía más taimado y seguro<br />
de sí.<br />
–Ya sabe vuestra Grandeza cómo es la Corte. Sobrevivir resulta difícil, entre tirios y<br />
troyanos. Hay influencias. Presiones... Además, resulta sabido que vuestra Grandeza no<br />
es partidario de una alianza con Inglaterra... A fin de cuentas se trataría de serviros.<br />
–Pues voto a Dios, Alquézar, que por servicios así hice ahorcar a más de uno –la mirada<br />
de Olivares perforaba al secretario real como un mosquetazo–... Aunque imagino que el<br />
oro de Richelieu, de Saboya y de Venecia tampoco habrá sido ajeno al asunto.<br />
La sonrisa cómplice y servil que ya apuntaba bajo el bigote del secretario real se borró<br />
como por ensalmo.<br />
–Ignoro a qué se refiere vuestra Grandeza.<br />
–¿Lo ignoráis? Qué curioso. Mis espías habían confirmado la entrega de una importante<br />
suma a algún personaje de la Corte, pero sin identificar destinatario... Todo esto me<br />
aclara un poco las ideas.<br />
Alquézar se puso una mano exactamente sobre la cruz de Calatrava que llevaba bordada<br />
en el pecho.<br />
–Espero que vuestra Excelencia no vaya a pensar que yo...<br />
–¿Vos? No sé qué podríais terciar en este negocio –Olivares hizo un gesto displicente<br />
con una mano, cual para alejar una mala idea, haciendo que Alquézar sonriese un poco,<br />
aliviado–... A fin de cuentas, todo el mundo sabe que yo os nombré secretario privado<br />
de Su Majestad. Gozáis de mi confianza. Y aunque en los últimos tiempos hayáis<br />
obtenido cierto poder, dudo que fueseis tan osado como para conspirar a vuestro aire.<br />
¿Verdad?<br />
La sonrisa de alivio ya no estaba tan segura en la boca del secretario.<br />
–Naturalmente, Excelencia –dijo en voz baja.