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Arturo y Carlota Pérez-Reverte El Capitán Alatriste - allsalvador2009

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Guadalmedina bebió un poco sin dejar de mirarlo.<br />

–Sí –dijo–. Tus enmascarados pueden, incluso, estar a sueldo de nuestro buen pontífice<br />

Gregorio XV. <strong>El</strong> Santo Padre no puede ver a los españoles ni en pintura.<br />

La gran chimenea de piedra y mármol estaba apagada, y el sol que entraba por las<br />

ventanas sólo era tibio; pero aquella mención a la Iglesia bastó para que Diego <strong>Alatriste</strong><br />

sintiera un calor incómodo. La imagen siniestra de fray Emilio Bocanegra cruzó de<br />

nuevo su memoria como un espectro. Había pasado la noche viéndola dibujarse en el<br />

techo oscuro del cuarto, en las sombras de los árboles al otro lado de la ventana, en la<br />

penumbra del corredor; y la luz del día no era suficiente para hacerla desvanecerse. Las<br />

palabras de Guadalmedina la materializaban de nuevo, a modo de mal presagio.<br />

–Sean quienes sean –proseguía el conde–, su objetivo está claro: impedir la boda, dar<br />

una lección terrible a Inglaterra, y hacer estallar la guerra entre ambas naciones. Y tú, al<br />

cambiar de idea, lo arruinaste todo. Lo tuyo ha sido de licenciado en el arte de hacerse<br />

enemigos, así que yo, en tu lugar, cuidaría el pellejo. <strong>El</strong> problema es que no puedo<br />

protegerte más. Contigo aquí podría verme implicado. Yo que tú haría un viaje largo,<br />

muy lejos... Y sepas lo que sepas, no lo cuentes ni bajo confesión. Si de esto se entera<br />

un cura, cuelga los hábitos, vende el secreto y se hace rico.<br />

–¿Y qué pasa con el inglés?... ¿Ya está a salvo?<br />

Guadalmedina aseguró que por supuesto. Con toda Europa al corriente, el inglés podía<br />

considerarse tan seguro como en su condenada Torre de Londres. Una cosa era que<br />

Olivares y el Rey estuviesen dispuestos a seguir dándole largas, a agasajarlo mucho y a<br />

hacerle promesa tras promesa hasta que se aburriera y se fuese con viento fresco, y otra<br />

que no garantizaran su seguridad.<br />

–Además –prosiguió el conde– Olivares es listo y sabe improvisar. Igual cambia de<br />

idea, y el Rey con él. ¿Sabes qué le ha dicho esta mañana delante de mí al de Gales?...<br />

Que si no obtenían dispensa de Roma y no podía darle a la infanta como esposa, se la<br />

daría como amante... ¡Es grande, ese Olivares! Un hideputa con pintas, hábil y<br />

peligroso, más listo que el hambre. Y Carlos tan contento, seguro de tener ya a doña<br />

María en los brazos.<br />

–¿Se sabe cómo ve ella el asunto?<br />

–Tiene veinte años, así que imagínate. Se deja querer. Que un hereje de sangre real,<br />

joven y guapo, sea capaz de lo que ha hecho éste por ella, la repele y fascina al mismo<br />

tiempo. Pero es una infanta de Castilla, así que el protocolo lo tiene todo previsto. Dudo<br />

que los dejen pelar la pava a solas ni para decir un avemaría... Precisamente volviendo<br />

para acá se me ha ocurrido el comienzo de un soneto:<br />

Vino Gales a bodas con la infanta<br />

en procura de tálamo y princesa,<br />

ignorante el leopardo que esta empresa<br />

no corona el audaz, sino el que aguanta.<br />

–... ¿Qué te parece? –Álvaro, de la Marca miró inquisitivo a <strong>Alatriste</strong>, que sonreía un<br />

poco, divertido y prudente, absteniéndose de opinar–. Bueno, yo no soy Lope, pardiez.<br />

E imagino que tu amigo Quevedo pondría serios reparos; más para tratarse de versos<br />

míos no están mal... Si los ves circulando por ahí en hojas anónimas, ya sabes de quién<br />

son... En fin –el conde apuró el resto del vino y se puso en pie, tirando la servilleta<br />

sobre la mesa–. Volviendo a temas graves, lo cierto es que una alianza con Inglaterra<br />

nos compondría bien contra Francia; que después de los protestantes, y aún diría yo que<br />

más, es nuestra principal amenaza en Europa. A lo mejor con el tiempo cambian de idea

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