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Arturo y Carlota Pérez-Reverte El Capitán Alatriste - allsalvador2009

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heridas a la ligera. Olivares estudió con curiosidad el destello insolente que había<br />

aparecido en sus ojos, y luego volvió a ocuparse del legajo.<br />

–Eso parece –concluyó–. Aunque las referencias sobre vuestras aventuras lejos de las<br />

banderas son menos ejemplares que en la vida militar.. Veo aquí una riña en Nápoles<br />

con muerte incluida... ¡Ah! Y también una insubordinación durante la represión de los<br />

rebeldes moriscos en Valencia –el privado frunció el ceño–... ¿Acaso os pareció mal el<br />

decreto de expulsión firmado por Su Majestad?<br />

<strong>El</strong> capitán tardó en contestar.<br />

–Yo era un soldado –dijo al cabo–. No un carnicero.<br />

–Os imaginaba mejor servidor de vuestro Rey.<br />

–Y lo soy. Incluso lo he servido mejor que a Dios, pues de éste quebranté diez<br />

preceptos, y de mi Rey ninguno.<br />

Enarcó una ceja el valido.<br />

–Siempre creí que la de Valencia fue una gloriosa campaña...<br />

–Pues informaron mal a vuestra Excelencia. No hay gloria ninguna en saquear casas,<br />

forzar a mujeres y degollar a campesinos indefensos.<br />

Olivares lo escuchaba con expresión impenetrable.<br />

–Contrarios todos ellos a la verdadera religión –apostilló–. Y reacios a abjurar de<br />

Mahoma.<br />

<strong>El</strong> capitán encogió los hombros con sencillez.<br />

–Quizás –repuso–. Pero ésa no era mi guerra.<br />

–Vaya –el ministro alzaba ahora las dos cejas con fingida sorpresa–. ¿Y asesinar por<br />

cuenta ajena sí lo es?<br />

–Yo no mato niños ni ancianos, Excelencia.<br />

–Ya veo. ¿Por eso dejasteis vuestro Tercio y os alistasteis en las galeras de Nápoles?<br />

–Sí. Puesto a acuchillar infieles, preferí hacerlo con turcos hechos y derechos, que<br />

pudieran defenderse.<br />

<strong>El</strong> valido estuvo mirándolo un momento, sin decir nada. Después volvió a los papeles<br />

de la mesa. Parecía meditar sobre las últimas palabras de <strong>Alatriste</strong>.<br />

–Sin embargo, a fe que os abona gente de calidad –dijo por fin–. <strong>El</strong> joven<br />

Guadalmedina, por ejemplo. O Don Francisco de Quevedo, que tan bizarramente<br />

conjugó ayer la voz activa; aunque Quevedo igual beneficia que perjudica a sus amigos,<br />

según los altibajos de sus gracias y desgracias –el privado hizo una pausa larga y<br />

significativa–... También, según parece, el flamante duque de Buckingham cree deberos<br />

algo –hizo otra pausa más larga que la anterior–... Y el Príncipe de Gales.<br />

–No lo sé –<strong>Alatriste</strong> se encogía otra vez de hombros, el rostro impasible–. Pero esos<br />

gentiles hombres hicieron ayer más que suficiente para saldar cualquier deuda, real o<br />

imaginaria.<br />

Olivares hizo un lento gesto negativo con la cabeza.<br />

–No creáis –su tono era un suspiro de fastidio–. Esta misma mañana Carlos de<br />

Inglaterra ha tenido a bien interesarse de nuevo por vos y vuestra suerte. Hasta el Rey<br />

nuestro señor, que no sale de su asombro por lo ocurrido, desea estar al corriente... –<br />

puso el legajo a un lado con brusquedad–. Todo esto crea una situación enojosa. Muy<br />

delicada.<br />

Ahora el valido miraba a Diego <strong>Alatriste</strong> de arriba abajo, como preguntándose qué hacer<br />

con él.<br />

–Lástima –prosiguió– que aquellos cinco jaques de ayer no desempeñaran mejor su<br />

oficio. Quien los pagó no andaba errado... En cierta forma eso lo hubiese resuelto todo.<br />

–Lamento no compartir vuestro pesar, Excelencia.

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