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Arturo y Carlota Pérez-Reverte El Capitán Alatriste - allsalvador2009

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<strong>El</strong> capitán se encogió de hombros. Estaba destocado y sin capa, de pie en una pequeña<br />

salita decorada con tapices flamencos, y junto a él, sobre una mesa forrada de terciopelo<br />

verde, tenía un vaso de aguardiente que no había probado. Guadalmedina, vestido con<br />

exquisito batín de noche y zapatillas de raso, fruncido el ceño con preocupación, se<br />

paseaba de un lado a otro ante la chimenea encendida, reflexionando sobre lo que<br />

<strong>Alatriste</strong> acababa de contarle: la historia verdadera de lo ocurrido, paso a paso excepto<br />

un par de omisiones, desde el episodio de los enmascarados hasta el desenlace de la<br />

emboscada en el callejón. <strong>El</strong> conde era una de las pocas personas en que podía fiar a<br />

ciegas; y como había decidido mientras conducía hasta su casa a los dos ingleses,<br />

tampoco tenía mucho donde elegir.<br />

–¿Sabes a quiénes has intentado matar hoy?<br />

–No. No lo sé –<strong>Alatriste</strong> escogía con sumo cuidado sus palabras–. En principio, a un tal<br />

Thomas Smith y a su compañero. Al menos eso me dicen. O me dijeron.<br />

–¿Quién te lo dijo?<br />

–Es lo que quisiera saber yo.<br />

Álvaro de la Marca se había detenido ante él y lo miraba, entre admirado y reprobador.<br />

<strong>El</strong> capitán se limitó a mover la cabeza en un breve gesto afirmativo, y oyó al aristócrata<br />

murmurar «cielo santo» antes de recorrer de nuevo el cuarto arriba y abajo. En ese<br />

momento los ingleses estaban siendo atendidos en el mejor salón de la casa por los<br />

criados del conde, movilizados a toda prisa. Mientras <strong>Alatriste</strong> esperaba, había estado<br />

oyendo el trajín de puertas abriéndose y cerrándose, voces de criados en la puerta y<br />

relinchos en las caballerizas, desde las que llegaba, a través de las ventanas<br />

emplomadas, el resplandor de antorchas. La casa toda parecía en pie de guerra. <strong>El</strong><br />

mismo conde había escrito urgentes billetes desde su despacho antes de reunirse con<br />

<strong>Alatriste</strong>. A pesar de su sangre fría y su habitual buen humor, pocas veces el capitán lo<br />

había visto tan alterado.<br />

–Así que Thomas Smith –murmuró el conde.<br />

–Eso dijeron.<br />

–Thomas Smith tal cual, a secas.<br />

–Eso es.<br />

Guadalmedina se había detenido otra vez ante él.<br />

–Thomas Smith mis narices –remachó por fin, impaciente–. <strong>El</strong> del traje gris se llama<br />

Jorge Villiers. ¿Te suena?... –con gesto brusco cogió de la mesa el vaso que <strong>Alatriste</strong><br />

mantenía intacto y se lo bebió de un solo trago–. Más conocido en Europa por su título<br />

inglés: marqués de Buckingham.<br />

Otro hombre con menos temple que Diego <strong>Alatriste</strong> y Tenorio, antiguo soldado de los<br />

tercios de Flandes, habría buscado con urgencia una silla donde sentarse. O para ser más<br />

exactos, donde dejarse caer. Pero se mantuvo erguido, sosteniendo la mirada de<br />

Guadalmedina como si nada de aquello fuera con él. Sin embargo, mucho más tarde,<br />

ante una jarra de vino y conmigo como único testigo, el capitán reconocería que en<br />

aquel momento hubo de colgar los pulgares del cinto para evitar que las manos le<br />

temblaran. Y que la cabeza se puso a darle vueltas como si estuviese en el ingenio<br />

giratorio de una feria. <strong>El</strong> marqués de Buckingham, eso lo sabía cualquiera en España,<br />

era el joven favorito del Rey Jacobo I de Inglaterra: flor y nata de la nobleza inglesa,<br />

famoso caballero y elegante cortesano, adorado por las damas, llamado a muy altos<br />

destinos en el regimiento de los asuntos de Estado de Su Majestad británica. De hecho<br />

lo hicieron duque semanas más tarde, durante su estancia en Madrid.<br />

–Resumiendo –concluyó, ácido, Guadalmedina–. Que has estado a punto de despachar<br />

al valido del Rey de Inglaterra, que viaja de incógnito. Y en cuanto al otro...<br />

–¿John Smith?

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