17.05.2013 Views

Arturo y Carlota Pérez-Reverte El Capitán Alatriste - allsalvador2009

Arturo y Carlota Pérez-Reverte El Capitán Alatriste - allsalvador2009

Arturo y Carlota Pérez-Reverte El Capitán Alatriste - allsalvador2009

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

–No sigas –Saldaña levantaba las manos, alejando la tentación de averiguar más–. No<br />

quiero saber nada de nada. En estos tiempos, saber de más es peor que saber de menos...<br />

–miró de nuevo a <strong>Alatriste</strong>, incómodo y decidido al mismo tiempo– ¿Vas a venir por las<br />

buenas, o no?<br />

–¿Cuáles son mis naipes?<br />

Saldaña lo consideró mentalmente. Hacerlo no le llevó mucho tiempo.<br />

–Bueno –concluyó–. Puedo demorarme aquí mientras pruebas suerte con la gente que<br />

tengo ahí afuera... No tienen muy buen puño, pero son seis; y dudo que ni tan siquiera tú<br />

llegues a la calle sin, al menos, un par de buenas cuchilladas en el cuerpo y algún<br />

pistoletazo.<br />

–¿Y el trayecto?<br />

–En coche cerrado, así que olvídalo. Tenías que haberte largado antes de que<br />

viniéramos, hombre. Has tenido tiempo de sobra para hacerlo –la mirada que Saldaña le<br />

dirigió al capitán estaba cargada de reproches–... ¡Que se condene mi alma si esperaba<br />

encontrarte aquí!<br />

–¿Dónde vas a llevarme?<br />

–No te lo puedo decir. En realidad he dicho mucho más de lo que debo –yo seguía en la<br />

puerta del otro cuarto, muy callado y quieto, y el teniente de alguaciles reparó en mí por<br />

segunda vez–... ¿Quieres que me ocupe del muchacho?<br />

–No, déjalo –<strong>Alatriste</strong> ni me miró, absorto en sus reflexiones–. Ya lo hará la Lebrijana.<br />

–Como quieras. ¿Vas a venir?<br />

–Dime dónde vamos, Martín.<br />

Movió el otro la cabeza, hosco.<br />

–Ya te he dicho que no puedo.<br />

–No es a la cárcel de Corte, ¿verdad?<br />

<strong>El</strong> silencio de Saldaña fue elocuente. Entonces vi dibujarse en la cara del capitán<br />

<strong>Alatriste</strong> aquella mueca que a menudo le hacía las veces de sonrisa.<br />

–¿Tienes que matarme? –preguntó, sereno.<br />

Saldaña volvió a negar con la cabeza.<br />

–No. Te doy mi palabra de que las órdenes son llevarte vivo si no te resistes. Otra cosa<br />

es que después te dejen salir de donde yo te lleve... Pero entonces habrás dejado de ser<br />

asunto mío.<br />

–Si no les importara el revuelo, me habrían despachado aquí mismo –<strong>Alatriste</strong> se<br />

deslizó un dedo índice por delante del cuello, imitando el movimiento de un cuchillo–.<br />

Te mandan porque quieren sigilo oficial... Detenido, interrogado, dicen que puesto en<br />

libertad después, etcétera. Y en el entretanto, vayan vuestras mercedes a saber.<br />

Sin rodeos, Saldaña se mostró de acuerdo.<br />

–Eso creo yo –dijo, ecuánime–. Me extraña que no medien acusaciones, que verdaderas<br />

o falsas son lo más fácil de preparar en este mundo. Quizá temen que hables en<br />

público... En realidad, mis órdenes me prohíben cambiar una sola palabra contigo.<br />

Tampoco quieren que registre tu nombre en el libro de detenidos... ¡Cuerpo de Dios!<br />

–Déjame llevar un arma, Martín.<br />

<strong>El</strong> teniente de alguaciles miró a <strong>Alatriste</strong>, boquiabierto.<br />

–Ni hablar –dijo, tras una larga pausa.<br />

Con gesto deliberadamente lento, el capitán había sacado la cuchilla de matarife y se la<br />

mostraba.<br />

–Sólo ésta.<br />

–Estás loco. ¿Me tomas por un imbécil?<br />

<strong>Alatriste</strong> hizo un gesto negativo.

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!