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Arturo y Carlota Pérez-Reverte El Capitán Alatriste - allsalvador2009

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–Claro como el agua, Excelencia.<br />

–Entonces podéis regresar a vuestros asuntos.<br />

Y sin levantar la vista de sus papeles, el hombre más poderoso de Europa despidió al<br />

secretario del Rey con un gesto displicente de la mano.<br />

Cuando se quedaron solos, Olivares alzó la cabeza para mirar detenidamente al capitán<br />

<strong>Alatriste</strong>.<br />

–Ni voy a daros explicaciones, ni tengo por qué dároslas –dijo por fin, malhumorado.<br />

–No he pedido explicaciones a vuestra Excelencia.<br />

–Si lo hubierais hecho ya estaríais muerto. O camino de estarlo.<br />

Hubo un silencio. <strong>El</strong> valido se había puesto en pie, yendo hasta la ventana sobre la que<br />

corrían nubes que amenazaban lluvia. Seguía las evoluciones de los guardias en el patio,<br />

cruzadas las manos a la espalda. A contraluz su silueta parecía aún más maciza y<br />

oscura.<br />

–De cualquier modo –dijo sin volverse– podéis dar gracias a Dios por seguir vivo.<br />

–Es cierto que me sorprende –respondió <strong>Alatriste</strong>–. Sobre todo después de lo que acabo<br />

de oír.<br />

–Suponiendo que de veras hayáis oído algo.<br />

–Suponiéndolo.<br />

Todavía sin volverse, Olivares encogió los poderosos hombros.<br />

–Estáis vivo porque no merecéis morir, eso es todo. Al menos por este asunto. Y<br />

también porque hay quien se interesa en vos.<br />

–Os lo agradezco, Excelencia.<br />

–No lo hagáis –apartándose de la ventana, el valido dio unos pasos por la estancia, y sus<br />

pasos resonaron sobre el entarimado del suelo–. Existe una tercera razón: hay gentes<br />

para quienes el hecho de conservaros con vida supone la mayor afrenta que puedo<br />

hacerles en este momento –dio unos pasos más moviendo la cabeza, complacido–.<br />

Gentes que me son útiles por venales y ambiciosas; pero esa misma venalidad y<br />

ambición hace que a veces caigan en la tentación de actuar por su cuenta, o la de otros...<br />

¡Qué queréis! Con hombres íntegros pueden quizá ganarse batallas, pero no gobernar<br />

reinos. Por lo menos, no éste.<br />

Se quedó contemplando pensativo el retrato del gran Felipe Segundo que estaba sobre la<br />

chimenea; y tras una pausa muy larga suspiró profunda, sinceramente. Entonces pareció<br />

recordar al capitán y se volvió de nuevo hacia él.<br />

–En cuanto al favor que pueda haberos hecho –continuó–, no cantéis victoria. Acaba de<br />

salir de aquí alguien que no os perdonará jamás. Alquézar es uno de esos raros<br />

aragoneses astutos y complicados, de la escuela de su antecesor Antonio <strong>Pérez</strong>... Su<br />

única debilidad conocida es una sobrina que tiene, niña aún, menina de Palacio.<br />

Guardaos de él como de la peste. Y recordad que si durante un tiempo mis órdenes<br />

pueden mantenerlo a raya, ningún poder alcanzo sobre fray Emilio Bocanegra. En lugar<br />

del capitán <strong>Alatriste</strong>, yo sanaría pronto de esa herida y volvería a Flandes lo antes<br />

posible. Vuestro antiguo general Don Ambrosio de Spínola está dispuesto a ganar más<br />

batallas para nosotros: seria muy considerado que os hicieseis matar allí, y no aquí.<br />

De pronto el valido parecía cansado. Miró la mesa cubierta de papeles como si en ella<br />

estuviera una larga y fatigosa condenación. Fue despacio a sentarse de nuevo, pero antes<br />

de despedir al capitán abrió un cajón secreto y extrajo una cajita de ébano.<br />

–Una última cosa ––dijo–. Hay un viajero inglés en Madrid que, por alguna<br />

incomprensible razón, cree estaros obligado... Su vida y la vuestra, naturalmente, es<br />

difícil que se crucen jamás. Por eso me encarga os entregue esto. Dentro hay un anillo<br />

con su sello y una carta que, faltaría más, he leído: una especie de orden o letra de

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