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entonces<br />
Durante el trayecto hacia el segundo campamento, la temperatura cae de repente. Me congelo hasta<br />
cuando duermo en las tiendas. Cuando me toca dormir fuera, a menudo me despierto con esquirlas de<br />
hielo enredadas en el pelo.<br />
Sarah permanece estoica, silenciosa y pálida. Blue cae enferma. El primer día se despierta<br />
aletargada. Le cuesta mantener el ritmo y se queda dormida al final del día de ruta, antes incluso de que<br />
hayamos hecho un fuego, ovillada en el suelo como un pequeño animal.<br />
Raven la lleva a su tienda y esa noche me despiertan gritos amortiguados. Me incorporo sobresaltada.<br />
El cielo está despejado y las estrellas se ven muy claras y brillantes. En el aire hay un olor a nieve.<br />
En la tienda de Raven se escuchan algunos gemidos, el sonido de un consuelo susurrado. Blue sufre<br />
pesadillas.<br />
A la mañana siguiente, la niña tiene fiebre. No hay opción: tiene que caminar de todos modos. Se<br />
acerca la nieve y aún nos faltan cincuenta kilómetros hasta el segundo campamento, y muchos más hasta<br />
el hogar de invierno.<br />
Llora mientras camina, tropezando cada vez más. Nos turnamos para transportarla: Raven, Bram, Lu,<br />
Grandpa y yo. Arde de fiebre. Sus brazos en torno a mi cuello son como cables de alta tensión; laten de<br />
calor.<br />
Al día siguiente llegamos al segundo campamento: una zona de pizarra suelta, bajo una vieja pared de<br />
ladrillo medio derruida que forma una barrera y nos cobija un poco del viento. Nos ponemos a trabajar,<br />
desenterramos la comida, montamos las tiendas e inspeccionamos la zona, que antes debía de ser una<br />
ciudad de buen tamaño, en busca de comida enlatada y de todo lo que pueda sernos útil. Nos quedaremos<br />
aquí dos días, quizás tres, según lo que podamos encontrar. Más allá del ulular de los búhos y del ruido<br />
de las criaturas nocturnas, nos llega el sonido distante de estruendosos camiones. Estamos a menos de<br />
quince kilómetros de una de las autopistas interurbanas.<br />
Es extraño pensar en lo cerca que hemos estado de los sitios acondicionados, de ciudades estables<br />
donde abundan la comida, la ropa y las medicinas, y sin embargo es como si estuviéramos en un universo<br />
separado. Ahora el mundo está bifurcado, dividido en dos de forma nítida, como los lados de una tienda<br />
de campaña: los válidos y los inválidos viven en planos diferentes, en dimensiones distintas.<br />
Los terrores nocturnos de Blue empeoran. Sus gritos son desgarradores y balbucea cosas sin sentido<br />
en el lenguaje incomprensible de los sueños. Cuando llega la hora de ponerse en marcha hacia el tercer<br />
campamento —las nubes han cubierto el cielo como un capa densa, y la luz es de un gris apagado y<br />
oscuro que presagia nieve—, la niña casi no responde. Ese día la carga Raven y no deja que nadie la<br />
ayude, aunque ella también está débil y a menudo se queda atrás.<br />
Caminamos en silencio. El miedo nos lastra, nos cubre con una tupida manta, nos hace sentir que ya<br />
estamos caminando por la nieve, porque todos sabemos que la niña va a morir. Raven también lo sabe.<br />
Tiene que saberlo.<br />
Esa noche, Raven enciende el fuego y sitúa a Blue al lado de la hoguera. Aunque le arde la piel, la<br />
niña tiembla con tanta intensidad que le castañean los dientes, los demás nos movemos en el mayor<br />
silencio posible, como sombras en el humo, me quedo dormida fuera, junto a Raven, que permanece<br />
despierta para atizar el fuego y asegurarse de que los niños conserven el calor.