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Julián aparta la mirada y aprieta el mando a distancia. Cuando sus ojos vuelven a posarse en los<br />
míos, ha recuperado la compostura y la cortesía.<br />
—¿Dónde estabas sentada? —me pregunta—. Puedo ayudarte a buscarlo.<br />
—No —suelto en voz demasiado alta. Sigo en estado de shock. El aire entre nosotros sigue estando<br />
cargado, es inestable, como durante la reunión. Una parte profunda de mí sufre. Ver esas imágenes, ese<br />
océano aumentado en la enorme pantalla, me ha hecho sentir como si pudiera caer por el espacio y llegar<br />
al bosque, o lamer la nieve de esa cumbre igual que si fuera nata montada. Ojalá pudiera pedirle que<br />
apagara las luces y me las mostrara de nuevo.<br />
Pero él es Julián Fineman, es todo lo que odio, y no voy a pedirle nada.<br />
Me desplazo rápidamente adonde estaba sentada durante la reunión. Él me observa todo el rato sin<br />
moverse. Se queda ahí totalmente quiero, ante la pantalla en blanco. Solo sus ojos se mueven, están<br />
vivos. Puedo sentirlos en mi nuca, en mi espalda, enredados en mi pelo. Encuentro el guante sin<br />
dificultad, lo recojo del suelo y lo enarbolo bien alto para que lo vea.<br />
—Lo he encontrado —digo, evitando cuidadosamente sus ojos. Me dirijo presurosa a la salida, pero<br />
me detiene con una pregunta.<br />
—¿Cuánto tiempo llevabas ahí?<br />
—¿Cómo?<br />
Me vuelvo otra vez a mirarle. Su rostro en este momento resulta carente de expresión, imposible de<br />
leer.<br />
—¿Cuánto tiempo llevabas ahí detrás? ¿Cuántas imágenes has visto?<br />
Dudo, preguntándome si es una especie de prueba.<br />
—He visto la montaña —digo por fin.<br />
Se mira los pies y luego sube la vista. Incluso desde lejos me sobresalta la claridad de sus ojos.<br />
—Estamos buscando fortalezas —comenta alzando la barbilla, como si esperara que yo le<br />
contradijera—. Campamentos de inválidos. Estamos usando todo tipo de técnicas de vigilancia.<br />
Vale, otro hecho probado: Julián Fineman es un mentiroso.<br />
Al mismo tiempo, es un síntoma de progreso que alguien como él use siquiera la palabra inválido.<br />
Hace dos años, se suponía que los inválidos ni siquiera existían. Se creía que habíamos sido<br />
exterminados durante la gran campaña de bombardeo. Éramos un mito, como los unicornios y los<br />
hombres lobo.<br />
Eso fue antes de los incidentes, antes de que la Resistencia comenzara a hacerse notar con más fuerza,<br />
hasta el punto en que se hizo imposible ignorar su existencia.<br />
Me obligo a sonreír.<br />
—Espero que los encontréis —digo—. Espero que los encontréis a todos y cada uno de ellos.<br />
Julián asiente con la cabeza.<br />
Al volverme, añado:<br />
—Antes de que ellos os encuentren a vosotros.<br />
Su voz suena cortante.<br />
—¿Qué has dicho?<br />
Le lanzo una mirada por encima del hombro.<br />
—Antes de que nos encuentren a nosotros —respondo. Abro las puertas de un empujón, y luego dejo