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No puedo soportarlo más. Me aparto del apoyo de Julián y caigo pesadamente de rodillas.<br />

—Oye —se arrodilla a mi lado—. ¿Estás bien?<br />

—Cansada —suelto con un jadeo. Me hago un ovillo en el suelo y oculto la cabeza en el hueco del<br />

brazo, se me hace cada vez más difícil mantener los ojos abiertos. Cuando lo consigo, las estrellas de<br />

arriba se confunden y se mezclan en un único punto enorme de luz antes de volver a fragmentarse.<br />

—Duerme —dice Julián mientras deja en el suelo la mochila y se sienta junto a mí.<br />

—¿Y si vienen los carroñeros?<br />

—Yo me quedare despierto —contesta—. Y a la escucha.<br />

Un minuto después, se tumba de espaldas. Por las rejillas sopla el viento, y me estremezco sin querer.<br />

—¿Tienes frio? —me pregunta.<br />

—Un poco —admito. Apenas puedo hablar. También la garganta se me ha quedado helada.<br />

Hay una pausa. Luego, se vuelve de lado y me pasa un brazo por los hombros. Me va acercando hasta<br />

que estamos pegados, hasta que me arropa con su cuerpo. Su corazón late contra mi espalda con un ritmo<br />

extraño, como un tartamudeo.<br />

—¿No te preocupan los deliria? —le pregunto<br />

—Sí —rie brevemente— pero yo también tengo frio.<br />

Poco después, sus latidos se hacen más regulares y los míos se van calmando para acoplarse a los<br />

suyos. Se me empieza a pasar el frio.<br />

—¿Lena?—susurra Julián. Abro los ojos: la luna está ahora justo encima de nosotros, un alto rayo<br />

blanco.<br />

Noto que su corazón ha vuelto a acelerarse.<br />

—¿Quieres saber cómo murió mi hermano?<br />

—Mi hermano y mi padre nunca se llevaron bien. Mi hermano era testarudo, muy obstinado, y además<br />

tenía mal genio. La gente decía que todo iría bien cuando estuviera curado —se detiene—, pero se volvió<br />

cada vez peor a medida que crecía. Mis padres hablaban de adelantar la operación. No daba buena<br />

impresión, ya sabes, para la ASD y todo eso. Era un rebelde, no hacía caso a mi padre y ni siquiera estoy<br />

seguro de que creyera en la cura. Tenía seis años más que yo. Yo tenía… yo tenía miedo por él. ¿Sabes<br />

lo que quiero decir?<br />

No puedo hablar, así que asiento con la cabeza. Los recuerdos se me están acumulando. Surgen lo de<br />

los lugares oscuros en los que los había encerrado: la constante ansiedad que sentía cuando era niña,<br />

como un zumbido, cuando veía a mi madre reir, bailar, y cantar al ritmo de la música extraña que salía de<br />

nuestros altavoces; una alegría entretejida de pánico; miedo por Hana, miedo por Álex, miedo por todos<br />

nosotros.<br />

—Hace siete años, tuvimos otra gran concentración en Nueva York. La ASD estaba alcanzando<br />

repercusión nacional. Fue el primer mitin al que acudí; tenía once años. Mi hermano no fue. No sé qué<br />

excusa dio.<br />

Julián se mueve. Durante un momento me aprieta con los brazos en un gesto involuntario, luego se<br />

relaja una vez más. Sin saber cómo, sé que es la primera vez que le cuenta a alguien esta historia.<br />

—Fue un desastre. A mitad de la concentración, los manifestantes irrumpieron donde estábamos, en el<br />

ayuntamiento. La mitad de ellos iban enmascarados. La protesta se volvió violenta y llegó la policía para<br />

disolverla, y de repente se convirtió en una auténtica pelea. Yo me escondí detrás del estrado, como un

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