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—Eso no tiene sentido.<br />

Es como si tuviera el cerebro cubierto de una pasta espesa: mis pensamientos están confusos y no<br />

llegan a concretarse. Me acuerdo de los gritos, los disparos, los cuchillos relucientes de los carroñeros.<br />

—Tiene todo el sentido —interviene Raven. Sigue de pie, con los brazos cruzados frente al pecho—.<br />

En Zombilandia nadie conoce la diferencia entre los carroñeros y el resto de nosotros los inválidos. Para<br />

ellos, todos somos lo mismo. Así que ellos llegan y actúan como animales, y ASD le muestra al país<br />

entero lo horribles que somos sin la cura y lo importante que es que todo el mundo sea tratado<br />

inmediatamente de los deliria. De otro modo, el mundo se irá al carajo. Los carroñeros lo demuestran.<br />

—Pero. —me acuerdo de cómo los carroñeros irrumpieron entre la gente como un enjambre, de los<br />

rostros monstruosos que gritaban—. Pero murió gente.<br />

—Doscientos —dice Tack en voz baja. Sigue sin mirarme—. Veinticuatro agentes, el resto, civiles.<br />

No se molestaron en contar los carroñeros que murieron —se encoge de hombros, en una rápida<br />

convulsión—. A veces es necesario que los individuos se sacrifiquen por la salud del común.<br />

Eso parece sacado directamente de un panfleto de la ASD.<br />

—Vale —digo. Me tiemblan las manos y me agarro a los lados de la silla. Me sigue costando pensar<br />

de manera lógica—. Vale. ¿Y qué vamos a hacer al respecto?<br />

Los ojos de Raven vuelan hacia Tack, pero este mantiene la cabeza inclinada.<br />

—Ya hemos hecho algo, Lena —dice ella, aún con esa voz dedicada a los bebés, y de nuevo siento un<br />

extraño picor en el pecho. Hay algo que no me están contando, algo malo.<br />

—No lo entiendo.<br />

Mi voz suena hueca.<br />

Siguen algunos minutos de silencio tenso. Luego Tack suspira y se dirige a Raven:<br />

—Te lo dije, se lo teníamos que haber contado desde el principio. Te dije que debíamos confiar en<br />

ella.<br />

Raven no dice nada. Le tiembla un músculo en la mandíbula. Y de repente me acuerdo de cuando bajé<br />

al sótano, pocas semanas antes de la concentración, y los pille discutiendo.<br />

Es que no entiendo por qué no podemos ser sinceros unos con otros… se supone que estamos del<br />

mismo lado.<br />

Ya sabes que eso es muy poco realista, Tack. Es mejor así. Tienes que fiarte de mí.<br />

Eres tú la que no se fía…<br />

Se estaban peleando por mí.<br />

—¿Contarme el qué?<br />

La comezón se está convirtiendo en un zumbido sordo, agudo y doloroso.<br />

—Adelante —le dice Raven a Tack—. Si estás desesperado por contárselo, no te cortes.<br />

Su tono es mordaz, pero noto que por debajo tiene miedo. Tiene miedo de mí y de cómo voy a<br />

reaccionar.<br />

—¿Contarme el qué?<br />

Ya no puedo soportar las miradas enigmáticas, la red impenetrable de frases a medias.<br />

Tack se pasa una mano por la frente.<br />

—Vale, mira —habla rápidamente, como si estuviera ansioso por terminar la conversación—. No fue<br />

un error que los carroñeros os cogieran a Julián y a ti, ¿vale? No fue un error. Estaba planeado.

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