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ahora<br />

El paraíso es agua caliente. El paraíso es jabón.<br />

Salvamento, como siempre hemos llamado a este hogar, se compone de cuatro habitaciones. Hay una<br />

cocina; un amplio espacio para guardar cosas, que tiene casi el tamaño del resto de la casa, y un<br />

abarrotado dormitorio lleno de literas destartaladas y torpemente construidas.<br />

El último cuarto es para bañarse. Varias tinas de metal han sido transformadas en bañeras de distintos<br />

tamaños. Se asientan en una plataforma elevada que tiene una amplia rejilla; por debajo hay una parte de<br />

piedra plana y de maderos calcinados, restos de los fuegos que mantuvimos encendidos durante el<br />

invierno para calentar el cuarto y el agua a la vez.<br />

En cuanto me abro paso en la oscuridad y encuentro una linterna, encinedo un fuego usando la madera<br />

que hay amontonada en una esquina de la caseta de almacenamiento, mientras Julián explora las otras<br />

partes de la casa con un quinqué. A continuación. Saco agua del pozo. Estoy débil y solo puedo llenar la<br />

mitad de una bañera antes de que me tiemblen los brazos. Pero es suficiente.<br />

Cojo una pastilla de jabón del almacén y hasta encuentro una toalla de verdad. Me pica la piel,<br />

cubierta de polvo. Lo siento en todas partes, hasta en los párpados.<br />

Antes de comenzar a desvestirme, grito:<br />

—¿Julián?<br />

—¿Sí? —su voz suena amortiguada. Deduzco por el sonido que está en el espacio de dormir.<br />

—Quédate donde estás, ¿vale?<br />

No hay puerta en el cuarto de baño. No hace falta, y en la Tierra Salvaje las cosas que no hacen falta<br />

no se construyen ni se usan.<br />

Hay una ligera pausa.<br />

—Vale —responde.<br />

Me pregunto qué estará pensando. Su voz tiene un tono agudo, crispado, aunque podría ser el efecto<br />

de la distorción al atravesar las paredes de conglomerado y metal.<br />

Dejo la pistola en el suelo y me quito la ropa. Disfruto del sonido pesado de los vaqueros al caer.<br />

Durante un momento, mi cuerpo me resulta ajeno. Hubo un tiemo en que yo era redondita, salvo por los<br />

músculos de los muslos y las pantorrilas, desarrollados de tanto correr. Tenía un poco de tripa, y mis<br />

pechos eran abundantes y pesados.<br />

Ahora estoy tallada hacia dentro, soy toda alambre y cuerda. Mis pechos forman dos picos pequeños<br />

y duros y tengo la piel cubierta de moretones. Me pregunto si a Álex le seguiría pareciendo bella. Me<br />

pregunto si Julián piensa que soy fea.<br />

Aparto ambos pensamientos. Innecesarios, irrelevantes.<br />

Me froto cada centímetro de piel: entre las uñas, por detrás y dentro de las orejas, entre los dedos de<br />

los pies y entre las piernas. Me enjabono el pelo y dejo que la espuma me entre en los ojos y me<br />

produzca escozor. Cuando por fin me pongo de pie, aún resbaladiza de jabón, como un pez, la bañera<br />

tiene un anillo de suciedad. Una vez más, agradezco que aquí no tengamos espejos; en la superficie del<br />

agua, mi reflejo es algo oscuro e indistinto, un ser de sombra. No quiero ver mi aspecto con mayor<br />

claridad.<br />

Me seco y me pongo ropa limpia: pantalones de chandal, calcetines gordos y una amplia sudadera. El

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