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—¡Al suelo! ¡Al suelo!<br />

Crac. Una gruesa bala se incrusta en el grueso cristal encima de mi cabeza, y desde ahí comienza a<br />

extenderse una red de fisuras. Es todo lo que necesitaba. Agarro una silla y la lanzo fuerte, en arco,<br />

rezando para que Julián haya agachado la cabeza.<br />

El ruido es tremendo. Durante una fracción de segundo, todo está en silencio excepto la cascada de<br />

vidrio, una lluvia afilada. Luego salto sobre el murete de cemento y caigo al suelo del piso inferior. El<br />

cristal cruje bajo mis zapatillas y al aterrizar pierdo el equilibrio. Trato de recuperarlo apoyando una<br />

mano en el suelo. Al alzarla, esta manchada de sangre.<br />

Raven es una mancha difusa en movimiento. Gira el cuerpo para escapar de un regulador, se vuelve<br />

hacia atrás y le golpea fuerte en la rodilla con el mango de la pistola. Cuando él se inclina hacia adelante,<br />

Raven le pone un pie en la espalda y empuja; se oye un chasquido cuando la cabeza choca con el lavabo<br />

de metal. Se vuelve hacia el cuarto donde están los guardaespaldas de Fineman e inserta un bisturí en el<br />

agujero de la cerradura para inutilizarla. Por si acaso, coloca una bandeja de metal con ruedas como una<br />

cuña en la puerta. Cuando los reguladores le dan empellones a la puerta, gritando, el instrumento<br />

quirúrgico sale despedido en todas direcciones y la bandeja se inclina algunos centímetros, pero la<br />

puerta resiste, al menos por el momento.<br />

Estoy a tres metros de Julián. Gritos, disparos y el aullido de una alarma estridente; luego, dos metros<br />

y cuando por fin llego a su lado, le agarro de los brazos, de los hombros. Solo quiero sentirle,<br />

asegurarme de que es real.<br />

—¡Lena!<br />

Estaba forcejeando con las esposas que mantienen una de sus muñecas unida a la camilla, intentando<br />

abrirla. Ahora alza la vista, los ojos brillantes, relucientes, azules como el cielo.<br />

—¿Qué haces tú.?<br />

—No hay tiempo— le digo — Quédate agachado.<br />

Corro hacia el regulador que aun esta caído junto a los lavabos. A duras penas soy consciente de los<br />

gritos, de que Raven sigue dando vueltas esquivando golpes —desde lejos parece que baila— y de las<br />

explosiones amortiguadas. No veo al periodista; debe de haber huido.<br />

El regulador esta casi inconsciente. Me arrodillo y le quito el cinturón rápidamente; luego cojo las<br />

llaves y regreso a la camilla. Tengo la palma derecha ensangrentada, pero casi no siento el dolor. Hago<br />

dos intentos antes de lograr introducir la llave en el cierre de las esposas; por fin lo consigo y Julián<br />

extiende el brazo, ya libre de la camilla, y me atrae hacia sí.<br />

—Has venido— dice.<br />

—Claro.<br />

Raven se acerca a nosotros.<br />

—¡Hora de irse!<br />

Ha pasado un minuto, quizá menos. Thomas Fineman está muerto y la sala es un caos, pero estamos<br />

libres. Atravesamos la antesala corriendo justo cuando se oyó un estruendo metálico estremecedor y<br />

gritos cada vez más altos: los guardaespaldas habrán conseguido escapar. Luego salimos al pasillo,<br />

donde resuenan las alarmas, y escuchamos un ruido de pasos por la escalera.<br />

Raven vuelve la cabeza hacia la derecha, hacia una puerta donde pone: ACCESO A LA TERRAZA,<br />

SOLO PARA EMERGENCIAS. Nos movemos rápidamente en silencio, tensos, hacia la puerta que lleva

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