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Humedezco la camisa y le limpio la cara con ella. Luego me acuerdo de las toallitas antibacterianas que<br />

distribuía la ASD durante la concentración y, por primera vez, les agradezco su obsesión por la limpieza.<br />

Aún conservo la mía doblada en el bolsillo trasero del pantalón. Al abrirla, el olor astringente del<br />

alcohol me provoca una mueca: sé que va a doler, pero si Julián contrae una infección será imposible que<br />

logremos salir de aquí.<br />

—Esto te va a escocer un poco —advierto, y le acerco la toallita a la piel.<br />

Al momento suelta una aullido. Abre los ojos todo lo que puede y se incorpora de golpe. Tengo que<br />

sujetarlo por los hombros para obligarle a que se tumbe de nuevo.<br />

—Duele —musita, pero al menos ya está consciente y alerta. El corazón me salta en el pecho. Me doy<br />

cuenta de que estaba conteniendo el aliento.<br />

—No seas niño —digo, y sigo limpiándole la cara mientras tensa todo el cuerpo y aprieta los dientes.<br />

Al retirar casi toda la sangre, me doy cuenta de todo el daño que le han hecho. Se le ha vuelto a abrir el<br />

corte en el labio y le han debido de dar muchos golpes en la cara, no sé si con los puños o con un objeto<br />

romo. Lo más preocupante es la herida de la frente. Sigue sangrando, pero en general podría haber sido<br />

mucho peor.<br />

Vivirá.<br />

—Toma —le acerco la taza metálica a los labios, al tiempo que apoyo su cabeza en mis rodillas.<br />

Queda un centímetro de agua—. Bebe esto.<br />

Cuando se acaba el agua, cierra otra vez los ojos, pero ya respira con con normalidad y se le han<br />

pasado los temblores. Cojo la camisa y rasgo una tira larga de tela, intentando contener los recuerdos que<br />

presionan y resurgen: esto lo aprendí de Álex. En algún momento, en otra vida, el me salvó cuando estaba<br />

herida. Me envolvió la pierna con una venda. Me ayudó a escapar de los reguladores.<br />

Doblo el recuerdo con cuidado en mi interior y lo enterró muy profundamente.<br />

—Alza un poco la cabeza.<br />

Julián obedece, esta vez sin quejarse, así que puedo pasarle la tela alrededor. Le ato la tira en la<br />

frente y la anudo fuerte cerca de la herida para que forme una especie de torniquete.<br />

Luego vuelvo a depositar su cabeza sobre mis muslos—.¿Puedes hablar? —él asiente—. ¿Me puedes<br />

contar lo que ha pasado?<br />

Tiene el lado izquierdo del labio tan hinchado que su voz suena distorsionada, como si estuviera<br />

hablando a través de una almohada.<br />

—Querían saber cosas —tartamudea, luego inhala profundamente y continúa—. Me han preguntado<br />

cosas.<br />

—¿Qué tipo de cosas?<br />

—La casa de mi familia. En Charles Street. Los códigos de seguridad. Los escoltas. Cuántos y<br />

cuándo.<br />

No digo nada. No estoy segura de que se dé cuenta de lo que esto significa y lo grave que es. Los<br />

carroñeros están desesperados. Quieren atacar su casa y le están usando para encontrar la forma de<br />

entrar. Puede que planeen matar a Thomas Fineman, o quizá solo busquen lo típico: joyas, aparatos<br />

electrónicos con los que hacer trueques en el mercado negro, dinero y, por supuesto, armas. Siempre<br />

están haciendo acopio de armas.<br />

Esto solo puede significar una cosa: su plan de pedir un rescate por Julián ha fallado, el señor

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