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—Adelante —digo.<br />
—Tu primero —dice él.<br />
Cojo el agua y tomo un sorbo sin dejar de observarle. Hace pedacitos el pan. Noto que quiere que<br />
dure; debe de estar muerto de hambre.<br />
—Quédate con mi pan —digo. No estoy segura de por qué se lo ofrezco. No es inteligente: para<br />
escapar de aquí tengo que estar fuerte.<br />
Se me queda mirando. Curiosamente, a pesar de tener el pelo rubio trigo y caramelo y los ojos azules,<br />
sus pobladas pestañas son negras.<br />
—¿Estás segura?<br />
—Cógelo —estoy a punto a añadir: «Antes de que cambie de idea».<br />
Se come el segundo trozo ansiosamente, agarrándolo con las dos manos. Cuando termina, le paso la<br />
cantimplora, y duda antes de llevársela a la boca.<br />
—Ya sabes que no puedes contagiarte por mí —le digo.<br />
—¿El qué?<br />
Se sobresalta un poco, como si hubiera interrumpido un largo silencio.<br />
—La enfermedad. Los deliria nervosa de amor. No te la puedo contagiar. Estás a salvo —Álex me<br />
dijo una vez exactamente lo mismo. Sepulto los recuerdos, deseando que se queden en lo profundo de las<br />
tinieblas—. Y además, en cualquier caso, no la puedes contraer por compartir comida o bebida. Eso es<br />
un mito.<br />
—Pero se puede contagiar por los besos —comenta él tras una pausa. Duda antes de decir «besos».<br />
No es un término que use ya muy a menudo, excepto en la intimidad.<br />
—Eso es distinto.<br />
—Además, no es eso lo que me preocupa —añade con aire convincente, y se bebe un gran trago de<br />
agua como para demostrarlo.<br />
—¿Qué es lo que te preocupa, entonces?<br />
Cojo mi trozo de cecina, me apoyo en la pared y empiezo a mordisquearlo.<br />
No me mira a los ojos.<br />
—Es solo que no he pasado mucho tiempo con…<br />
—¿Chicas?<br />
Niega con la cabeza.<br />
—Con nadie —dice—. Con nadie de mi edad.<br />
Por un momento nos miramos a los ojos, y entonces me recorre una pequeña sacudida. Sus ojos han<br />
cambiado: ahora las aguas transparentes se han extendido y se han hecho más profundas, se han<br />
convertido en un océano de colores cambiantes, verdes, dorados y púrpuras.<br />
Julián parece pensar que ha hablado demasiado. Se pone de pie, camina hasta la puerta y se vuelve.<br />
Es la primera señal de agitación que le he visto. Durante todo el día ha estado muy calmado.<br />
—¿Por qué crees que nos tienen encerrados aquí? —pregunta.<br />
—Para pedir un rescate, probablemente.<br />
Es lo único que tiene sentido.<br />
Julián se pasa el dedo por el corte del labio, pensándolo.<br />
—Mi padre pagará —dice un momento después—. Yo soy valioso para el movimiento.