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entonces<br />
Durante tres días, el tiempo se mantiene igual. Los bosques formas una sinfonía de sonido a medida<br />
que los árboles y el río van deshaciéndose del hielo. Enormes gotas de agua con colores de piedras<br />
preciosas caen sobre nuestras cabezas según caminamos por el bosque buscando bayas, guaridas de<br />
animales y buenos sitios para cazar. Hay una sensación generalizada de alivio y de celebración, casi<br />
como si de verdad hubiera llegado la primavera, aunque somos conscientes de que esto es solo un<br />
aplazamiento temporal. Raven es la única que no parece contenta.<br />
Ahora tenemos que estar todo el tiempo alerta a la busca de comida. La tercera mañana, Raven me<br />
nombra a mí para que la acompañe a comprobar las trampas. Cada vez que encontramos una vacía,<br />
maldice un poco entre dientes. En general, los animales se han refugiado bajo tierra.<br />
Antes de llegar a la última trampa, escuchamos a la presa y Raven aprieta el paso. Se oye un ruido<br />
frenético de algo que escarba en las frágiles hojas que cubren el suelo del bosque, y también un chillido<br />
asustado. Un conejo grande ha quedado atrapado por una pata trasera en los dientes metálicos de la<br />
trampa. Tiene el pelo manchado de sangre oscura. Aterrorizado, intenta saltar hacia delante y luego<br />
vuelve a caer, jadeando, de lado.<br />
Raven se agacha y saca un cuchillo de mango largo de la bolsa. Está afilado, pero aún tiene manchas<br />
de óxido y, supongo, de sangre seca. Si dejamos ahí el conejo, se retorcerá, dará vueltas y se sacudirá<br />
hasta desangrarse, o tal vez al final se dé por vencido y muera lentamente de hambre. Si ella lo mata con<br />
rapidez, le hará un favor. Aun así, no puedo mirar. Nunca me ha tocado ocuparme de las trampas, no<br />
tengo estómago para eso.<br />
Raven vacila. Luego, de repente, me pone el cuchillo en la mano.<br />
—Toma —me dice—. Hazlo tú.<br />
No es que no sea aprensiva; caza constantemente. Esta es otra de sus pruebas.<br />
Curiosamente, el cuchillo es bastante pesado. Miro al conejo, que escarba y se revuelve en el suelo.<br />
—Yo… no puedo. Nunca he matado.<br />
La mirada de Raven es dura.<br />
—Bueno, ya es hora de que aprendas.<br />
Sujeta al animal con las dos manos. No deja de retorcerse; le pone una en la cabeza y la otra en la<br />
tripa para inmovilizarlo. El conejo debe de pensar que ella intenta ayudarlo, porque deja de moverse.<br />
Incluso así, noto cómo respira acelerada, desesperadamente.<br />
—No me obligues —le pido, avergonzada porque tengo que rogarle y enfadada por verme obligada a<br />
hacerlo.<br />
Raven vuelve a ponerse de pie.<br />
—Sigues sin entenderlo, ¿no? —dice—. Esto no es un juego, Lena. Y no termina aquí, ni cuando<br />
lleguemos al sur, ni nunca. Lo que pasó en el hogar. —se interrumpe moviendo la cabeza—. No hay sitio<br />
para nosotros en ninguna parte. No, a menos que cambien las cosas. Van a venir a por nosotros.<br />
Bombardearán y quemarán nuestros hogares, se expandirán las fronteras y las ciudades y ya no quedará<br />
Tierra Salvaje, nadie para luchar ni nada por lo que hacerlo, ¿lo entiendes?<br />
No respondo. Siento el calor que asciende hasta mi nuca. Me estoy mareando.<br />
—No siempre voy a estar a tu lado para ayudarte —sentencia, y se arrodilla de nuevo. Esta vez